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RAYUELA

Enfrentarse al actual sistema de salud en Colombia es todo un desafío. Hacerlo como una persona con un cuerpo no normativo es peor. La gordofobia médica es un método de violencia y exclusión que ocasiona que las EPS traten a los pacientes con sobrepeso de manera diferente, a menudo percibiéndolos como menos adherentes, menos motivados y, en general, menos merecedores de empatía. Esto empeora cuando eres mujer.

Por: Paula Companioni
Especial para la Revista RAYA

Cuando se menciona la palabra “obesidad”, uno automáticamente piensa en “Kilos Mortales”, el programa de televisión que transmite Discovery Latinoamérica, donde personas con obesidad mórbida se someten a dietas, operaciones y al escrutinio público para bajar de peso. Lo piensa cualquier persona, pero también, lo pensamos las personas que tenemos un cuerpo no normativo: nuestros kilos son mortales. 

Esa no es una “certeza” que surja de la nada. Toda la sociedad moderna está basada en establecer pirámides de privilegios donde entran muy pocas personas. Por ejemplo, el Patriarcado establece que en la cima de su pirámide de poder solamente están los hombres blancos, heterosexuales, con poder económico y que pertenezcan a ciertas clases sociales establecidas geográfica o económicamente. La gordofobia, por su parte, suma una condición a esa escala de aceptación social: las personas también tienen que tener un tipo de cuerpo para ser “exitosas”.  

La gordofobia, además de la violencia estética mediante la cual se impone, incluye todas aquellas prácticas, discursos y acciones de burla, marginación, estereotipación, prejuzgación y rechazo; las cuales implican la obstaculización o vulneración de los derechos de las personas bajo el pretexto de la gordura. Para las mujeres gordas, esta exclusión es más tenaz.

Paradójicamente, la principal institución que sostiene esa opresión son las entidades de salud. Las ideas preconcebidas del sistema de salud hacen que, siempre que acudimos a la consulta con un especialista en neumología, cardiología o digestivo, se omitan los orígenes del problema por el que allí estamos, de la forma que no se haría con las y los demás pacientes.

Recientemente, en una consulta médica a la que asistí por un trastorno de mi ciclo menstrual, el medico que me atendió en mi EPS (que según la misma EPS es mi “medico personal”, pero que personalmente de mí no sabe nada) realizó un diagnóstico perjudical para mi salud física y mental. 

Desde hace años tengo una condición que se llama Resistencia a la Insulina. Eso está directamente relacionado con mi producción de hormonas y mi estrés y ansiedad a diaria. Para explicarlo en palabras entendibles, mi estrés hace que tanto la insulina como el cortisol en mi cuerpo se produzcan en una medida más grande que en el resto de las personas “sanas”. Debido a esta condición, a pesar de que me alimento muy sano, con variedad de frutas y vetegales, en horarios “saludables” y con poca ingesta de “comida chatarra”, solo en el último año aumenté unos 10 kg. 

Aunque no había evidencias claras de algo más, el doctor en cuestión (nunca mirándome, sino solamente a su computador) me diagnosticó que, debido a mi peso, tenía Síndrome de Ovario Poliquístico. “Qué significa eso doctor”, pregunté. “Simplemente que tus ovarios en vez de producir óvulos están produciendo quistes. Es decir, eres infértil y no hay mucho más que podamos hacer que no sea que bajes de peso”, respondió. Luego indicó otra consulta con una especialista en nutrición, unos exámenes de laboratorio y una Ecografía Transvaginal. Ahí se acabó la consulta, porque ya habían pasado los 20 minutos rutinarios y me pidió que llamara a la siguiente paciente y cerrara la puerta cuando saliera. 

Por supuesto, quedé helada. Salí de esa consulta como si me hubieran diagnosticado un cáncer mortal (ya dije que sufro de ansiedad, ¿cierto?). ¿Cómo iba a ser posible que a penas a mis 34 años fuera infértil? ¿Mis ovarios ahora eran mis enemigos? ¿Todo esto era culpa mía por no haberme puesto pilas para controlar mi peso? 

Las EPS, sinónimos de maltrato

Luego de llorar, respirar y buscar en Google qué era lo que significaba aquello que me había dicho el doctor, pasé a la agobiante tarea de pedir todas esas citas a través del callcenter de la EPS. Conseguí para el mismo mes las tres cosas y pasé a mi segundo calvario: los exámenes de laboratorios.

Desde niña siempre ha sido muy difícil encontrar mis venas. Cuenta mi mamá que, apenas a los dos años, cuando me realizaron una operación para extirpar mis adenoides, una de las enfermeras salió del salón de operaciones para pedir su autorización para canalizarme por la aorta (arteria más importante del cuerpo) porque no lograban encontrar mis otras venas (aclaro, yo no era gorda a los dos años). 

Toda mi vida ha sido una tortura asistir a cualquier laboratorio. Voy siempre disciplinada y terapizada, sabiendo que van a ser unos 20 o 30 minutos dolorosos y extenuantes. Siempre aclaro a la o el profesional que me hará el examen: “vea, yo tengo venas complicadas”. Y casi siempre nos encomendamos los dos a Dios y esperamos que todo fluya.

Varias veces me he desmayado en la misma silla del laboratorio al ver todo lo que hacen para encontrar mis venas. Cuando no hay suerte a la primera, estoy acostumbrada a que me saquen la sangre de cualquier lugar del cuerpo. Aunque otras veces he tenido el gran privilegio de que me encuentren la vena y todo sea rápido. Lo que nunca me había pasado era que le echaran la culpa de mis venas escurridizas a mis kilos de más. 

En esa misma EPS sufrí el segundo caso de gordofobia médica cuando, al ir a realizame mis laboratorios, la profesional que me atendió se pasó todo el tiempo insultándome y maltratándome (física y emocionalmente) porque no sentía las venas. “Todo esto es culpa de tu gordura. Baja de peso antes de venir la próxima vez”, me soltó. Terminó “encontrando” un punto en el pliegue entre uno de mis dedos de la mano derecha y, en vez de poner el sistema de aspiración regular que ayuda a que todo sea más rápido, solo dejó la aguja y esperó a que, gota a gota, se llenara el tubo de ensayo necesario para todos los exámenes que me habían orientado. Una vez más, me fui llorando.   

Pero eso no fue todo, faltaba la consulta con nutrición. Un nutriólogo o especialista en nutrición se supone que es alguien que se encarga de brindar asistencia médica a los pacientes para que puedan llevar una alimentación sana. Sin embargo, lo usual es que los nutricionistas luego de que te pesan, te miden la estatura y te dan una “dieta de fotocopia” que debes hacer estrictamente durante el tiempo indicado, antes de una nueva consulta en la que los pacientes (cuando van) son humillados por no haber alcanzado la meta indicada. 

La nutricionista me recetó comprar una pelota de baloncesto e ir a un parque a intentar encestarla. Eso sumado a una dieta cetogénica estricta por 30 días y que me purgara. No preguntó nada más. Creo que fue el momento de más dudas de todo este proceso.

La violencia de las instituciones que deben cuidarnos

La gordofobia médica se da en situaciones en las que el médico destaca el peso del paciente como el causante de sus problemas de salud, sin antes someterle a las pruebas pertinentes, o incluso, si este no es el motivo que le ha llevado a la consulta. Con estos diagnósticos precipitados, ni se determina si verdaderamente existe o no un problema de salud y, si lo hubiera, se descartan otras posibles causas que nada tienen que ver con el peso. Tanto es así que hay personas que han ido al otorrino por un dolor de oídos y denuncian que lo que les han recetado es bajar de peso. 

No son casos aislados, es culpa de cómo está concebido y organizado el sistema. La Organización Mundial de la Salud (OMS) define al sobrepeso y la obesidad como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. Y esto lo mide siguiendo el Índice de Masa Corporal (IMC), una fórmula matemática en la que se divide el peso corporal (en kilogramos) entre la estatura (en metros) elevada al cuadrado. Esta formula la inventó el matemático belga Adolphe Quetelet en 1832 para calcular cuál debían ser los cuerpos saludables para formar parte del ejército de su país. Casi dos siglos después, la aclamada OMS sigue teniendo la formula del IMC para calcular “la salud” de todas las personas a nivel global, sin tomar en cuenta factores como la cultura, la geografía, la etnia ni la salud mental. 

En consecuencia, los tratamientos impuestos mediante la gordofobia médica no solo no serán efectivos, sino que resultarán contraproducentes. Esconder una afección de salud detrás de una dieta o de la receta de medicamentos para adelgazar, puede someter al paciente a una fluctuación continua de su peso y provocar la aparición de Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA). 

Las personas que reciben un trato discriminatorio por su cuerpo en las consultas se sienten incómodas y a veces terminan por dejar de ir al médico. La continua culpabilización al paciente y la desviación del motivo real de la consulta hacia su peso puede provocar, además de afecciones de salud física, graves problemas psicológicos como depresión o ansiedad (sí, esa vieja amiga que es la causa de mi trastorno hormonal).

En mi caso, la Ecografía Transvagial (examen que debía haber realizado mi médico personal antes de diagnosticarme erróneamente) dio como resultado que no tengo Síndrome de Ovario Poliquístico. Presento un Trastorno Metabólico ocasionado por algunos episodios que están afectando mi salud mental y, por ende, un desorden hormonal que ocasiona diferentes síntomas en mi cuerpo como el desajuste de mi periodo y el aumento de peso. Por supuesto, esto lo sé luego de pagar a especialistas privados que sí se han tomado el tiempo de analizar mi historia más allá de mis “kilos mortales”. Mientras me curo, siguiendo las indicaciones de estos últimos médicos, me queda por responder la pregunta de por qué mensualmente pago mi afiliación a la EPS si, cuando consigo una cita, ahí no me tratan como un ser humano.  

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