Análisis

SÍNTESIS

Los campamentos estudiantiles que apoyan a Palestina han sido reprimidos por las autoridades universitarias y grupos sionistas. La arenga "transparencia, desinversión, no vamos a parar, no vamos a descansar" resume la determinación de los estudiantes para presionar a las universidades que corten sus lazos con Israel. Señalan a las universidades estadounidenses de alimentar lógicas racistas y estructuras que perpetúan el genocidio palestino a través de inversiones en empresas de armas que tienen relación con Israel.

Por Migdalia Arcila-Valenzuela
Estudiante e investigadora doctoral en la Sage School of Philosophy en Cornell University, Estados Unidos.

El pasado 17 de abril a las 4 a.m. los estudiantes de la Universidad de Columbia anunciaron el inicio de El Campamento en Solidaridad con Gaza (The Gaza Solidatirty Encampment) en el campus ubicado en la ciudad de Nueva York. Alrededor de 100 estudiantes montaron tiendas de campaña donde permanecerían hasta que la universidad decidiera atender a sus demandas de transparencia y desinversión (Disclose and Divest). Estas son demandas que los movimientos estudiantiles, en Estados Unidos y al rededor del mundo, han hecho a las universidades durante los últimos siete meses en que hemos presenciado el genocidio del pueblo Palestino. Este acto de protesta pacífica busca desafiar la complicidad de la universidad con el apartheid y la limpieza étnica que sustentan al Estado de Israel. 

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Un mes después, la voz de Columbia se amplifica. Hoy 149 campamentos en 24 paises se han sumado a la campaña de solidaridad con Palestina. La mayoría de estos campamentos se encuentran ubicados en las principales universidades de Estados Unidos, incluidas, Harvard, Yale, Stanford, University of California Los Angeles, Cornell University, y muchas más. Estos campamentos, que constituyen una forma de protesta pacífica y por ende protegida por la primera enmienda de la constitución de los Estados Unidos, han recibido una respuesta violenta por parte de las administraciones universitarias, las fuerzas policiales y grupos sionistas. Hasta el momento, solo en Estados Unidos hay más de 2,000 estudiantes que han sido arrestados, la universidades han suspendido a cientos de ellos, incluyendo alumnos extranjeros a los cuales se les ha amenazado con ser deportados, y –como lo vimos en el caso de la Universidad de California en Los Angeles– los estudiantes han sido físicamente agredidos por grupos sionistas sin que estos últimos enfrenten repercusión alguna. 

Para comprender la represión desproporcionada que enfrentan los estudiantes en su campaña de solidaridad con la liberación de Palestina, es fundamental entender cuáles son las demandas que estos grupos estudiantiles han hecho insistentemente a sus respectivas universidades durante meses.  En todos los campamentos alrededor de Estados Unidos se escucha el canto “transparencia, desinversión, no vamos a parar, no vamos a descansar!” (Disclose, Divest, We will not stop, we will no rest!). Esta arenga resume la determinación de los estudiantes en poner presión sobre sus universidades para que se hagan responsables de su complicidad en la campaña genocida que desde hace más de 76 años adelanta la entidad sionista de Israel.

Con un número de muertos que supera al de todos los conflictos del siglo XXI, el genocidio en Gaza y el recrudecimiento de la violencia en Cisjordania son el resultado de un sistema de apartheid que funciona con el beneplácito y el patrocinio de las grandes potencias mundiales. Los movimientos estudiantiles en Estados Unidos, en particular Estudiantes por la Justicia en Palestina (Students for Justice in Palestine) y Voces Judías por la Paz (Jewish Voices for Peace), han encontrado en los campamentos una manera pacífica de darle visibilidad a sus demandas y de abrir espacios de diálogo y educación sobre las raíces del genocidio que presenciamos. 

Blinne Ni Ghralaigh, abogada Irlandesa y miembro del equipo jurídico de Sur Africa que llevó a Israel ante la Corte Internacional de Justicia por el genocidio en Gaza, dijo en su presentación del caso: “Este es el primer genocidio en la historia en el cual las víctimas transmiten su propia destrucción en tiempo real, en un desesperado, hasta ahora vano intento, de que alguien en el mundo haga algo.” Los campamentos estudiantiles son una respuesta no solo a las atrocidades del genocidio en Gaza, sino a la perversa normalización de estas atrocidades que los mismos palestinos han tenido que documentar por más de 7 meses. El grado de deshumanización y racismo que se necesitan para tolerar la masacre de toda una población requiere de un aparato ideológico y económico que sistemáticamente se encargue de reforzar estereotipos que sirvan para justificar lo injustificable. Las universidades estadounidenses tienen una enorme responsabilidad en alimentar tanto teórica como económicamente las lógicas racistas y las estructuras institucionales que han servido para perpetrar y justificar el genocidio palestino. 

Para mencionar un caso puntual, la universidad de Cornell, ubicada en la parte norte del estado de Nueva York, tiene inversiones en diez empresas productoras de armamento que están vinculadas tanto al actual genocidio en Gaza como a otros conflictos donde se han denunciado diferentes violaciones a derechos humanos y crímenes de lesa humanidad. Las empresas en cuestión son: BAE Systems, Boeing, Elbit Systems, General Dynamics, L3Harris Technologies, Leonardo, Lockheed Martin, Northrop Grumman, RTX, y ThyssenKrupp. Adicionalmente, Cornell, por medio de el Instituto Jacobs Technion-Cornell que opera en el Campus de Cornell Tech en la ciudad de Nueva York, colabora directamente con el Instituto de Tecnología de Israel (Technion) en la producción de armas y tecnología para el exterminio sistemático de la población palestina. 

Los estudiantes que ahora lideran y habitan el campamento en solidaridad con Palestina, también llamado “Zona liberada,” han protestado durante meses para que la universidad se siente en una mesa de negociación y responda a la demanda de  desinversión en las empresas e instituciones mencionadas. Además de protestar pacíficamente, los estudiantes en cabeza de La Coalición para la Liberación Mutua (Coalition for Mutual Liberation), convocaron a un referendo estudiantil que consistió en dos preguntas: (1) ¿Debe Cornell retirar sus inversiones de las diez, antes mencionadas, empresas productoras de armas? (2) ¿Debe Cornell hacer un llamado al alto al fuego permanente en Gaza? En una votación masiva, los estudiantes de Cornell respondieron “Sí” a ambas preguntas.

Más allá de la clara voluntad estudiantil,  es importante tener en cuenta que en 2016 la universidad de Cornell desarrolló y aprobó las Guías para la Desinversión según las cuales se establece que:  “(...) la junta directiva considerará retirar sus inversiones de una compañía solo cuando las acciones de dicha compañia sean “moralmente reprensibles,” constituyendo apartheid, genocidio, tráfico humano, esclavitud o crueldad sistemática en contra de la infancia (...).” En otras palabras, en el caso de la universidad de Cornell, el movimiento estudiantil tan solo le pide a la universidad que sea coherente con sus propias políticas. 

Hasta el momento, Cornell, así como muchas otras universidades en Estados Unidos, no sólo no ha dado respuesta efectiva a las demandas de los estudiantes, sino que además se han ensañado en atacar a los líderes estudiantiles. Además del uso de la fuerza policial, muchas universidades han optado por amedrentar y amenazar a los estudiantes y trabajadores extranjeros. Aprovechándose de la vulnerabilidad e inestabilidad migratoria de estos, la universidad de Cornell, por ejemplo, ha suspendido a dos estudiantes de posgrado, los cuales enfrentan ahora la posibilidad de ser deportados por su participación en protestas pacíficas. 

Aunque las demandas de los estudiantes en los Estados Unidos son en solidaridad con el pueblo Palestino y en particular en contra del genocidio en Gaza, es importante señalar que estas demandas de transparencia y desinversion han servido para resaltar el papel fundamental que Estados Unidos y sus aliados han desempeñado y siguen desempeñando en el sostenimiento de regímenes militares y violaciones de derechos humanos en todo el mundo. Solo por nombrar algunos ejemplos: 

Israel tiene una larga y bien documentada historia de armar y entrenar a regímenes represivos y grupos paramilitares en América Latina, incluidas las dictaduras militares en Guatemala y Argentina, los gobiernos de derecha colombianos y su principal grupo paramilitar AUC (Autodefensas Unidas de Colombia).

En Guatemala, entre 1981 y 1983, más de 100 mil indígenas mayas fueron masacrados con armas vendidas por Israel. En Argentina, el avión Arava, desarrollado por Israeli Aerospace Industries (IAI), se utilizó para arrojar al mar a personas supuestamente relacionadas con actividades "subversivas". En Colombia, las AUC están acusadas de múltiples masacres en todo el país que han provocado al menos 260,000 muertes. Más recientemente, en respuesta al Paro Nacional de Colombia de 2021, el gobierno utilizó vehículos militares y rifles fabricados y vendidos por Israel para atacar a los manifestantes, lo que resultó en al menos 80 muertes civiles, 800 heridos y 1,649 detenciones arbitrarias.

La solidaridad con el pueblo Palestino demostrada por  los campamentos estudiantiles en Estados Unidos y alrededor del mundo, es una muestra de resistencia, una forma de resistir a la ilusión de caos desarticulado, la ilusión de que el genocidio en Gaza no está directamente relacionado con el paramilitarismo en Colombia o las dictaduras militares del Cono Sur. Esta solidaridad es, además, un ejemplo de entereza moral en medio lo que sin duda será recordado como la atrocidad más grande del siglo XXI.

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