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RAYUELA

Tres décadas han transcurrido desde la publicación de El canto de las moscas, el poemario de María Mercedes Carranza que exploró, a través de la poesía, el dolor del conflicto armado en Colombia. Hoy en día, se observa un renovado interés editorial por poner en diálogo la guerra y el lirismo.  Un claro ejemplo de ello es la antología "Morir es un país que amabas", presentada en la última Feria Internacional del Libro de Bogotá. Esta obra reúne la voz de más de cuatrocientos poetas colombianos, quienes escriben poemas a cientos de líderes sociales asesinados desde la firma del Acuerdo de Paz.

Por: Santiago Erazo
Cultura RAYA

Secuestrado en un camión rumbo a las riberas grises y verdes del río Saldaña, que se extiende por todo el sur del Tolima hasta desembocar en el Magdalena, el padre de la poeta Mery Yolanda Sánchez temió varias veces por su vida. Eran los tiempos de la Violencia bipartidista, y por cuenta de su filiación gaitanista se granjeó el odio conservador que lo quiso desaparecer, tal y como estaba ocurriendo con un grupo grande de liberales que eran asesinados sistemáticamente al pie de aquellas aguas y luego arrojados a los caudales del río. Al final, la madre de Mery Yolanda, cuya familia era conservadora, encontraba la forma de esquivar la tragedia gracias a un primo de ella que era inspector de policía, pero el vértigo seguía anidando en la familia Sánchez. 

En ese momento, las calles de El Guamo, Tolima, el pueblo donde nació Mery Yolanda Sánchez y donde la criaron sus padres, profesores ambos, estaban atravesadas por un espíritu teñido de azul que acrecentaba la hostilidad hacia los pocos gaitanistas que allí descollaban. Y con el tiempo las transformaciones del conflicto fueron teniendo lugar en el sur del territorio tolimense. Habría que pensar en cómo, a mediados de los años sesenta, el municipio de Planadas sería el hervidero del que surgirían las Farc, y más tarde, en la década del noventa, Puerto Saldaña, pueblo vecino de El Guamo, se convertiría en el lugar donde nacería el Bloque Tolima de las Autodefensas Unidas de Colombia con el apoyo de Carlos Castaño. Fue ese hecho, ver la guerra a los ojos desde pequeña, el que prefiguró que Sánchez se convirtiera en una poeta colombiana comprometida con el canto de tantos muertos y desaparecidos en el territorio colombiano. 

Su obra poco a poco fue ganando legitimidad en un país en el que sus poetas, durante mucho tiempo, vieron el conflicto armado como un tabú, como un tema vedado para la poesía, que por esa época era –según muchos– auténtica solo si buscaba el misticismo del silencio y la cartografía de los temblores interiores. Mery Yolanda, sin embargo, estuvo explorando el conflicto armado desde 1989 con su primer poemario, La ciudad que me habita, en el que hay poemas que ya pertenecen al canon de la poesía de la violencia en Colombia, como “Miedo” (“Sentir por las piernas / la respiración / del compañero desaparecido”), y así, durante los años noventa, a tumbos, fueron apareciendo unos cuantos libros más que apuntaban a una aproximación similar. El caso más paradigmático durante aquella década fue El canto de las moscas, de María Mercedes Carranza. 

Publicado en 1994, el poemario de Carranza consta de breves postales escritas con la misma brevedad de los haikús, pero desprovistos de cualquier serenidad o contemplación plena del paisaje. Cada poema está dedicado a una ciudad o pueblo colombiano distinto donde ocurrió alguna masacre en las últimas décadas: Segovia, Dabeiba, Mapiripán, Necoclí, Barrancabermeja… La naturaleza en este libro está cargada con los rastros de las atrocidades cometidas: los muertos sueñan bajo los platanales, el viento se detiene por tanto dolor circundante, las rosas flotando en un río no son rosas sino la sangre que toma otros caminos y lo único que hay es desolación mientras cae la lluvia en los páramos. A propósito de aquella apuesta, en un artículo de El Tiempo, de agosto de 2001, el poeta y ensayista argentino Edgardo Dobry señalaba los aciertos de esta aproximación al conflicto armado y el mérito de cantarle al horror desde un lirismo cortopunzante pero sopesado: “El canto de las moscas revela ahora una poeta inteligente y profunda, capaz de mirar la muerte de frente, pero sin la ingenua pretensión de describirla o de juzgarla, sin elocuente patetismo”. 

Este año se cumplen exactamente tres décadas desde la publicación de este poemario, una obra capital en la lírica colombiana, y desde ese momento hasta el presente, entre toda el agua que ha corrido bajo los puentes amarillos de la guerra, ha surgido una estela de libros de poesía que han tomado el testigo de Mery Yolanda Sánchez y María Mercedes Carranza. Quizá el ejemplo más reciente de este envión sea la publicación en la actual Feria Internacional del Libro de Bogotá de Morir es un país que amabas, una antología ambiciosa, coeditada por las editoriales Escarabajo y Abisinia, en la que 414 poetas colombianos se preguntan por el papel de la poesía en tiempos de barbarie.

Cada poema de este libro es una respuesta contundente, pero también una ofrenda para la memoria de 413 líderes sociales asesinados desde la firma del Acuerdo de Paz con las Farc. Eduardo Bechara Navratilova, director de Escarabajo Editorial, inició junto con Freddy Yezzed y Stefhany Rojas Wagner, directores de Abisinia Editorial, este proyecto en 2020 en medio de la pandemia y la desazón de días aciagos:

–Cuando pensamos que el ser humano había logrado dar pasos hacia adelante frente a su crueldad –dice Bechara–, llegó la Segunda Guerra Mundial, y luego el Holocausto, que puso presente la dimensión de la barbarie humana. En 2020 nos dimos cuenta de que esta no había acabado, que de verdad una situación como la pandemia lo único que hacía era volver a sacar lo peor del ser humano, su lado más cruel, su lado menos sensible. Al mismo tiempo, yo llevaba varios años fuera de Colombia, casi trece, conociendo la tragedia de la guerra en el país a través de los noticieros, y en pandemia veía cómo seguían masacrando a los líderes sociales. Entonces, se me ocurrió que debíamos convocar a los poetas a escribir cada uno un poema acerca de un líder asesinado.

Bechara y Stefhany Rojas se encargaron entonces del contacto de los poetas –a cada uno de los 414 le comisionaron escribir sobre un líder distinto– y del cuidado de la edición, si bien Freddy Yezzed llevó a cabo la revisión final del libro. Rojas y Yezzed vivieron en Argentina durante el proceso editorial de la antología, lo que propició darle una dimensión particular al libro desde la distancia:

–Vivir fuera del país –afirma Rojas Wagner– me permitió mirarme a mí misma como colombiana. Uno en su lugar de origen no tiene esa conciencia de ser alguien que pertenece a una sociedad que se comporta de unas maneras específicas, y estar lejos me permitió también tener conciencia de que estamos inscritos en un tiempo histórico. Cuando ocurrió el Estallido Social en 2019 y 2020 yo me quise devolver, hacer algo con el cuerpo, pero también entendí que uno también puede movilizarse creando proyectos culturales y gestando propuestas que permitan escucharnos.

Para Freddy Yezzed, la distancia también trajo diálogos con la propia cultura argentina, sobre todo con el coraje de las Madres de la Plaza de Mayo, que a través de un sutil gesto editorial son recordadas en la antología: partiendo del hecho de que las madres dan vueltas a la Plaza de Mayo, en Buenos Aires, en la dirección contraria a las agujas del reloj, los poemas de Morir es un país que amabas están organizados desde el último líder social asesinado hasta el primero, como si los poemas también avanzaran a lo largo de las páginas de adelante hacia atrás.

Para editar un libro en el que su argamasa es el dolor de una vieja herida colectiva que aún no cierra, Stephany Rojas Wagner quiso prepararse mentalmente y espiritualmente:

–Antes de abordar el proyecto hice una suerte de oración y una toma de rapé para abrirme emocionalmente, para compartir mi voz; que no hablara yo, sino ellos. Por ese tiempo me enfermé de la garganta, y en general del cuerpo. Era el estrés, pero también cuánto dolía lo que leía. 

El resultado, después de casi cuatro años de recopilación, edición e investigación sobre las vidas de cada uno de estos líderes sociales, es un libro de 980 páginas, una voluminosa compilación que recoge a poetas consagrados, pero también nuevas voces, y que, según el escritor Joaquín Peña, viene siendo muy posiblemente la antología de poesía colombiana más extensa publicada en el país. Y si bien en muchos casos las antologías de poesía con cantidades excesivas de poetas ocurren por la falta de un verdadero criterio editorial, tiene sentido el gesto de desbordar las páginas de un libro con las elegías de más de cuatrocientos poetas colombianos.

Es por eso que el crítico y poeta Luis Fernando Afanador describió el proceso editorial de Morir… como un work in progress, un libro cuyo mayor desafío era culminarse, pues la lista de líderes asesinados seguía –y sigue– aumentando con el paso de los días. Fue así que los editores decidieron detenerse en 413 líderes, que es la cifra final del conteo del medio ¡Pacifista! –a corte de febrero de 2020– sobre los líderes sociales asesinados tras el Acuerdo. 

Para Eduardo Bechara, el libro es el aporte de los poetas frente a ese enorme país dentro de Colombia que es el dolor de la guerra; es el deseo de honrar lo que ya no está y escribirle a esas ruinas y a todo lo que igualmente permanece, pero también es un objeto hecho para confrontar:

–Estamos entregando un libro que es un canto a la tragedia, a la agonía, una cosa muy desgarradora. Lo que le decimos a la gente es que lea la antología desde la primera página hasta la última y que de verdad sea un viacrucis personal enfrentarse a este libro.

Morir es un país que amabas es a su vez el cierre de la trilogía de la violencia, un proyecto de Escarabajo y Abisinia que surgió espontáneamente, luego de ver que ya eran dos las antologías coeditadas por ambas editoriales en las que la guerra atravesaba como un río caudaloso sus páginas: Si después de la guerra hay un día, una recopilación de poemas colombianos sobre el conflicto armado editada por los poetas Henry Alexander Gómez y Héctor Cañón, y Yo vengo a ofrecer mi poema, una antología de poemas de resistencia, en el marco del Estallido Social. Puestas juntas las cubiertas de estos libros, el color de cada volumen –uno es amarillo, otro es azul y otro rojo– da cuenta del deseo de ahondar en las grietas que siguen abriéndose en el país. 

Esta trilogía se inscribe en un interés editorial cada vez mayor en Colombia por explorar los entrecruces de la poesía y la guerra. Libros publicados en los últimos años como La mata, de Eliana Hernández, Voces del Bajo Cauca, de Alejo Morales, Conversación a oscuras, de Horacio Benavides y De noche un pájaro, de Miguel Tejada Sánchez, o proyectos como las dos antologías de poetas colombianos asesinados que ha publicado el poeta y editor Saúl Gómez Mantilla, trazan un derrotero que con el tiempo se ha ido volviendo más evidente. Morir es un país que amabas es en ese sentido un ejemplo reciente, pero también lo es la Poesía completa de la propia Mery Yolanda Sánchez, que fue compilada y acaba de ser publicada este año, en el marco de la FILBo, por la Colección de Poesía Fernando Charry Lara del Instituto Caro y Cuervo. 

Sobre la reunión de toda la obra poética que hasta el momento ha escrito la poeta de El Guamo, y acerca de la pertinencia de este nuevo libro, Julián Santamaría, profesor de la maestría en Literatura y Cultura del Caro y Cuervo y director del Observatorio de Poesía en Movimiento del mismo instituto, menciona: 

–Mery Yolanda es una poeta que sigue dando de qué hablar; es un clásico contemporáneo de la poesía colombiana, sobre todo frente a una pregunta tan urgente como la de cuál debe ser la forma de abordar la violencia desde las artes. La gran enseñanza de Mery es que en ese ejercicio entre lo ético y lo estético no se tiene que buscar una armonía, sino nuevos caminos que generen tensiones y sensibilidades renovadas. 

La poesía reunida de Sánchez y la nueva antología de las editoriales Escarabajo y Abisinia se inscriben en esta discusión, y amplían la mirada de las posibilidades de la poesía y las preguntas que siguen en el aire frente a las complejidades de traducir en palabras propias el dolor de un cuerpo ajeno.

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