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RAYUELA

Una mirada a la lucha campesina desde los esfuerzos del hogar, las organizaciones campesinas y las protestas. Tres prácticas que permiten subvertir la relación con los hacendados, defender la economía agraria, sostener durante semanas distintos tipos de protesta y mantener activas estructuras organizativas.

Por: Andrea Marcela Cely Forero
Doctora en Estudios Sociales de América Latina

La lucha del campesinado en Colombia puede comprenderse a partir del análisis de tres tipos de prácticas que están íntimamente relacionadas: prácticas asociadas con la cotidianidad y la continuidad de costumbres, cuidados y reproducción material de sus formas de vida; prácticas que buscan mantener o renovar sus estructuras organizativas; y movilizaciones sociales que se hacen visibles cuando irrumpen en el espacio público.

El carácter político de la lucha campesina reside en lo que, en conjunto, representan dichas prácticas como parte de un modo de vida que insiste en ser negado y excluido. Por esta razón, el reconocimiento del campesinado como sujeto de derechos y de especial protección guarda tanta relevancia. Especialmente, en un Estado como el colombiano en el que se les ha estigmatizado en función del conflicto armado interno.

Una mirada de largo plazo permite identificar continuidades y rupturas en las relaciones que representan dichas prácticas. Y uno de los aspectos que emerge con mayor claridad es el papel que las mujeres han desempeñado para garantizar la reproducción de la lucha del campesinado. Además de realizar el trabajo doméstico, generaron una dinámica productiva alrededor de la economía campesina que garantizó a sus familias una independencia económica. Este hecho fue determinante para provocar una idea de libertad respecto al sistema de hacienda, a partir de la reivindicación de la economía campesina, que se mantiene hasta la actualidad.

En situaciones de extrema necesidad como los desalojos, desplazamientos forzados o asesinatos, las mujeres lideraron prácticas que garantizaron, en un primer momento, la vida misma, y posteriormente su reproducción y garantías de sostenimiento en procesos de retorno o de colonización de nuevos territorios. Su participación también se hizo constante y definitiva en las prácticas organizativas y de protesta. Muchas mujeres lideraron tomas de tierras o hicieron parte de las marchas y paros agrarios. Incluso, las mujeres que se quedaron en sus fincas también organizaron el envío de nuevos insumos necesarios para sostener las movilizaciones sociales. Sin estas labores, ninguna de las prácticas de acción colectiva podría llevarse a cabo y mucho menos reproducirse en el tiempo.

Esta es la historia que se cuenta en el libro Juntos, allá y acá[1]. Una mirada a la lucha campesina desde los ojos de un niño que ve cuando su papá y su mamá regresan del mercado con pocas ganancias, quien debe atender al vecino que se acerca a pedir sal y aceite ante su imperiosa necesidad y quien debe madrugar a ordeñar las vacas antes de salir a una escuela que queda a horas de distancia. Es también la historia de niños y niñas que juegan alrededor de un salón de clase que se encuentra en malas condiciones, mientras las personas adultas debaten fechas, horarios y condiciones de una tarea que parece difícil de realizar y que los pondrá en aparente peligro. No obstante, cuando les despiden en la carretera se les ve animados, felices y esperanzados.

Mientras los adultos se encuentran lejos, ese niño debe cuidar de su hermanita en la finca que terminó a cargo de su abuela. Una mujer fuerte que carga leña pesada y quien le enseña cómo tener cultivos revueltos en la pequeña parcela familiar, cómo convocar una mano e’vuelta[2] o identificar plantas medicinales para curar. También es una mujer que recuerda dónde tuvieron que esconder la panela para tener algo que comer cuando llegaron los armados y quien tiene que recoger la yuca para enviar al otro día a quienes están lejos.

Es la historia de un movimiento campesino que ha tenido que luchar por su reconocimiento político allá en las carreteras, en los juzgados, en las asambleas, en el DANE para que les pregunten quiénes y cuántos son, y ahora en el Congreso de la República. Aunque también es una lucha que lideraron acá, en la finca, cerca a su familia y de la mano de sus vecinos de vereda para garantizar que otras personas ajenas a su territorio no se las apropien y que su trabajo no se pierda. Sus fincas son un espacio determinante para la reproducción de su forma de vida y, al mismo tiempo, la garantía para mantener la producción de alimentos de todo un país.

Es la historia de un sujeto político que tiene derecho a vivir dignamente y a quien, a partir de este momento, el Estado deberá garantizar especial protección. Es una historia que debe ser contada a niñas y niños campesinos que han visto a sus familias y vecinos salir allá y que, en el camino de ser potencia de la vida, necesita grandes inversiones públicas, medidas de seguridad concretas y otras condiciones que les permitan desarrollar plenamente sus capacidades, acá, en las tierras que les pertenecen.

 

[1] Cely, A., Ganitsky, D. y Hernández, D. (2022). Juntos, allá y acá. ICANH. Este libro álbum surge como resultado de la investigación doctoral “La lucha campesina como forma de vida. Colombia 1850-2015” y la posibilidad que ofrece el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) de crear proyectos editoriales para público infantil.

[2] Convocatoria entre vecinos de una misma vereda para limpiar el terreno, cultivar, construir casas, escuelas o carreteras.

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