Investigación

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Aunque el relato oficial señala a alias “Rojas”, hombre de confianza del exjefe guerrillero “Iván Ríos”, como el traidor que lo asesinó junto a su compañera para cobrar una recompensa de $5.000 millones, hoy, ese dinero no se sabe en manos de quién quedó. Al asesino nunca le pagaron, fue encarcelado y, cuando salió en 2019, lo mataron. Nuevos testimonios, que revela RAYA y que llegaron a la JEP, apuntan a un crimen de guerra de los militares al mando del general Mario Montoya. 

Por: Camilo Alzate
Investigador Revista RAYA

Antes de la última noche en la cordillera, Manuel de Jesús Muñoz Ortiz, conocido en las filas de la guerrilla de las FARC como “Iván Ríos”, pidió a su reducido círculo de seguridad, integrado por 22 guerrilleros, que en caso de caer en medio del cerco militar que los acosaba, no se preocuparan por rescatar su cadáver. 

“Muchachos, el día que a mí me pase alguna cosa, la situación está muy dura, nosotros sabemos que está dura”, recuerda Yuri, una de sus compañeras de armas, lo que les dijo Ríos la misma semana de su muerte: “el día que a mí me pase algo no se pongan a hacerse matar por sacarme a mí. Si pueden, saquen lo que yo cargo, las cosas, llévense la información, pero no se vayan a hacer matar por sacarme a mí, yo ya después de muerto…” 

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Aquel suceso tuvo lugar la primera semana de marzo del 2008, cuando se desarrollaba la Operación Fortín, un potente cerco en su contra lanzado desde el 17 de febrero por la Octava Brigada del Ejército, cuyo teatro de operaciones fueron las montañas del norte de Caldas y el suroriente de Antioquia. La operación se ejecutó con “maniobras de presión y bloqueo, y maniobras de búsqueda y provocación”, declaró en ese entonces el coronel Emiro José Barrios, comandante de la Octava Brigada.

En la madrugada del 6 de marzo de 2008 los guerrilleros acampaban en una cañada boscosa de la vereda La Albania, en jurisdicción de Aguadas, entre los páramos de Sonsón y San Félix. De acuerdo con el relato que rindió ante la Fiscalía Eliceth Ocampo, la compañera sentimental de Pedro Pablo Montoya “Rojas”, el guerrillero asesino, ella se levantó para prestar guardia a media noche mientras “Rojas quedó acostado pero despierto” en su caleta, a pocos metros del cambuche donde dormía “Iván Ríos” con su compañera “Andrea”.

Eliceth descendió de la montaña por un caño y tomó posición a treinta metros del campamento, poco después escuchó dos tiros mientras sus compañeros preguntaban qué ocurría. En ese momento fue el mismo “Rojas” quien llegó hasta donde estaba ella y le ordenó “que debíamos encaletar los equipos”, pero no los propios, sino los de “Iván Ríos”.

Pedro Pablo Montoya, alias “Rojas”, con casi dos décadas en la guerrilla, había sido destinado meses atrás por Khadafi (Hernán Gutiérrez Villada), jefe del frente 47 de las FARC, para que reforzara el anillo de seguridad de “Ríos”. 

Su coartada ante las autoridades y los medios de comunicación fue siempre la misma; dijo que por roces y desavenencias con “Iván Ríos” temía que aquel, siendo el máximo comandante, lo llevara a un consejo de guerra, lo acusara de traidor y ordenara su fusilamiento. Según su relato, había tomado esa misma noche la decisión de asesinar a “Iván Ríos” y a su compañera “Andrea” mientras dormían. Además, decidió cortarle la mano como prueba del hecho antes de entregarse a las tropas que los acosaban. Siempre aseguró que sólo así pudo salvar su vida.  

Sin embargo, desde la misma semana del asesinato se conocieron testimonios en contravía de esa versión promovida por fuentes oficiales. Un cable desclasificado de la embajada norteamericana en Colombia, publicado en 2011 por El Espectador, recogía algunos de esos testimonios, también revelados por la antigua Revista Cambio. 

Según informaron a Washington los funcionarios norteamericanos, “Rojas” no actuó sólo, sino que “oficiales militares hicieron que “Rojas” matara a “Ríos”, después de que el guerrillero hizo esfuerzos para indicarles a los militares su ubicación, la que era muy difícil”. En ese mismo cable los funcionarios aseguraron que el entonces ministro de Defensa Juan Manuel Santos insistió en la necesidad de pagar la recompensa por el crimen para estimular otras traiciones.

Nuevos testimonios, versiones contradictorias

Eliceth Ocampo declaró ante la Fiscalía haberse enterado de que “Rojas” le cercenó la mano a “Iván Ríos” en la mañana después del asesinato, pues este se lo contó a ella y al otro desertor mientras escapaban por una trocha buscando al Ejército para entregarse. Pero en la misma declaración se contradijo y aseguró, minutos más tarde, que se enteró de la mano de “Ríos” un día más tarde, cuando “Rojas” conversó del tema con el coronel Emiro José Barrios, quien coordinó la operación:“nos sacaron a Salamina y allá fue donde me enteré que él le había mochado la mano a IVÁN porque Barrios estaba con él en la choza de Barrios y ahí me enteré porque hablaban de eso”.

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El coronel Emiro José Barrios fue el jefe del Ejército que coordinó la entrega de alias “Rojas”. Según le dijo a la Fiscalia, tuvo “una entrevista con alias “Rojas”, quien al preguntársele por la ubicación de alias “Iván Ríos” manifiesta haberlo asesinado y en ese momento muestra la mano izquierda, la cual es sacada de uno de los bolsillos de su mochila, como prueba de la acción que había realizado”. 

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Víctor Manuel Grijalba, “Alejandro”, el otro guerrillero que desertó con ellos, indicó algo diferente. Dijo que él sólo conoció la historia de la mano dos días después, cuando estaba en poder de los militares y mientras lo subían a un helicóptero para que guiara a las tropas hasta el campamento donde habían quedado los cadáveres. Según Grijalba, era medio día del 7 de marzo y fue en el lapso en que esperaba en la aeronave, con los soldados bajo el mando del mayor José Giovany Linares, que escuchó a estos hablar del asunto.

Esa noche “Rojas” fue transportado al Batallón San Mateo de Pereira para que rindiera una rueda de prensa al día siguiente ante un enjambre de micrófonos y cámaras que aguardaban la historia de lo que en su momento se calificó como el principio del fin de las FARC. 

Álex Marín, reportero del diario La Patria de Manizales en esos años, lo recuerda muy parco y bastante torpe con las palabras, antes de traer a su memoria un gesto que hicieron los militares con el cadáver, reviviendo esa vieja práctica de la violencia bipartidista de exhibir el cuerpo del enemigo como un trofeo: “¿Lo quieren ver?”, dijeron al conducir a los periodistas hacia el helicóptero Black Hawk de matrícula ELC185, en donde estaban los cadáveres.

Documentos que reposan en el expediente del caso siembran más dudas sobre la versión de “Rojas” y los militares. El primero es un informe de inspección al cadáver realizado por funcionarios de la Fiscalía el 8 de marzo de 2008, una hora después de que los cuerpos de “Iván Ríos” y su compañera “Andrea” fueran transportados al batallón en Pereira.

El informe detalla que la herida con la que fue amputada la mano de “Ríos” era “reciente”. Se indicaba que, al contrario de lo que dijeron al comienzo los militares, los cuerpos no venían directamente desde el campamento guerrillero, sino que pasaron por Manizales, donde se habían desarrollado algunas “diligencias” por funcionarios del Cuerpo Técnico de Investigación (CTI).

El segundo documento es la necropsia, donde se describe la “herida anémica” con que fue amputada la mano del comandante guerrillero. Se indica que aquella fue producida por un “corte fino” que, de acuerdo con los peritos, ocurrió “después de la muerte”. Un experto forense le explicó a la revista RAYA que es muy poco probable que una amputación de tales características y con tal precisión se logre con un machete en las circunstancias en que “Rojas”, su verdugo, dijo haber maniobrado. Es decir, a media noche, sin luz, en medio del monte y en pocos minutos.

Un testimonio, desconocido hasta ahora, termina de contradecir por completo la versión oficial. Este fue aportado a la Comisión de la Verdad (del conflicto armado en Colombia) con el propósito de que se investigaran las verdaderas circunstancias que rodearon el asesinato del comandante guerrillero. 

Se trata de la declaración voluntaria de “Yuri”, una guerrillera antioqueña que conocía a “Ríos” de antemano, pues ambos se habían cruzado en 2001 en el Caguán durante las fallidas negociaciones de paz con el gobierno de Andrés Pastrana. Yuri llevaba poco menos de un año en la unidad de “Ríos” cuando sucedió el operativo. Esto lo confirmó la misma Eliceth Ocampo, compañera del asesino, ante la Fiscalía.

Contrario a lo que sostuvieron “Rojas” y los dos guerrilleros que desertaron con él, “Yuri” aseguró que la relación de aquel con “Iván Ríos” no era mala y en cambio gozaba de su plena confianza. “Rojas” era el encargado de salir a buscar víveres y remesas, también portaba el único celular que había en dicha unidad, lo que le permitía fácilmente establecer contactos por fuera del campamento.

Según “Yuri”, en la primera semana de marzo de 2008 ella se encontraba junto a otros guerrilleros escuchando radio cuando dieron la noticia del bombardeo a otro comandante del secretariado, “Raúl Reyes”. Entonces, escuchó al locutor decir que había sido posible gracias a un informante que perseguía la recompensa. “Rojas” habría preguntado a sus compañeros por el monto: “¿cuánto le dieron a ese man?”, lo que causó extrañeza entre ellos.

En la madrugada del 6 de marzo “Yuri” se despertó con el primer disparo y comenzó a ponerse las botas, preparándose para responder a un ataque, cuando escuchó el segundo tiro. “Ya mirábamos era una luz [en el cambuche de “Iván Ríos”], como de un celular, entonces yo sí les dije: ‘hey, apaguen esa luz allá en la caleta del camarada’, porque no podíamos alumbrar. Entonces, ya “Rojas” nos grita que mataron al camarada. Él a nosotros nos engaña”. 

“Rojas” ejercía esa noche como oficial de servicio encargado de la guardia. Había ordenado a los guerrilleros que evacuaran hacia la parte alta de la montaña adonde llegaron todos, menos él, Eliceth Ocampo y Víctor Manuel Grijalba, los desertores, quienes se escaparon por una cañada luego de los disparos que mataron a “Iván Ríos”.

De acuerdo con “Yuri”, un comando de guerrilleros alcanzó a devolverse hasta el campamento cuando descubrieron el engaño de “Rojas”: “el comando [de guerrilleros] llega otra vez al sitio donde ellos estaban. Él [Rojas] los tapó con la cobija, los dejó tapados así. Los muchachos solamente van y los miran, pero no ven que la mano esté cercenada”, relató. 

Minutos más tarde, aún de madrugada, el Ejército desembarcó en helicópteros en la montaña: “ya no fuimos capaces de sacar el cuerpo, entonces nos toca irnos. Casi que no podemos salir de la zona porque había un cerco”, aseguró Yuri. 

La versión de otra exguerrillera, que conoció esta revista, agrega un detalle particular: “Rojas habría lanzado una bengala después de ejecutar los asesinatos, con el propósito de indicar al Ejército, que ya se encontraba en el área, la ubicación exacta del campamento”.

Todo esto contradice la declaración de los tres desertores y del coronel Emiro José Barrios, comandante de la Octava Brigada, quienes señalaron a la Fiscalía que las tropas sólo llegaron al lugar dos días después. Estos nuevos indicios son clave, pues implicarían que la mutilación del cadáver ocurrió en un momento posterior a la huida de “Rojas”, posiblemente cuando las tropas desembarcaron y recuperaron ambos cuerpos. El objetivo: cobrar la recompensa que ascendía a $5.000 millones de la época, la cual fue pagada, dijo en una conferencia de prensa el entonces ministro de Defensa, Juan Manuel Santos. 

“Se decidió reconocerle el pago de una recompensa a las tres fuentes principales, al igual que a alias ‘Rojas’ (quien confesó el asesinato del jefe de las Farc), por la información suministrada. El monto de la recompensa que recibirá cada uno será determinado por el comité y puede llegar a sumar un máximo de $5000 millones”, aseguró Santos.

Además, el desembarco casi inmediato de los soldados demuestra que el operativo de copamiento al campamento había sido coordinado con Rojas de antemano, como parte de un plan más elaborado, así lo confirmó el entonces ministro de defensa Juan Manuel Santos en una rueda de prensa el 14 de marzo de ese año, cuando aseguró que tres pelotones del Ejército tenían cercado al comandante a menos de 300 metros de su ubicación cuando ocurrieron los hechos: “Estoy seguro de que si las tropas no hubieran estado a metros, el desenlace habría sido diferente”, dijo.

Algo similar insinuó el general Mario Montoya en una entrevista a Noticias Uno después del operativo. Montota declaró que el propio Rojas le había contado que días antes cambió de modo subrepticio la pistola de “Iván Ríos” por la suya, para asegurarse de que no fuera a fallar nada en la noche del asesinato. 

Traicionar al traidor

Aunque Rojas nunca aclaró los detalles completos del crimen, desde la cárcel sugirió en distintas oportunidades que hubo aspectos que jamás se conocieron. Un peritaje siquiátrico suyo realizado por Medicina Legal, con fecha del 17 de mayo de 2009, que obra en el proceso por el homicidio de “Iván Ríos”, dictamina que “Rojas” estaba en uso pleno de todas sus facultades cuando cometió el crimen y que el hecho fue premeditado, no producto de la rabia o del miedo momentáneo: “la muerte y la mutilación fueron precisas tal como aparece en la autopsia, no evidenciando ninguna acción innecesaria o vacilación”, dice el documento. 

Los médicos legistas dejaron constancia de que el reo se negó “a hacer un relato detallado de los hechos”. No obstante, en ese mismo peritaje “Rojas” hizo afirmaciones que merecen otra valoración a la luz de los nuevos testimonios sobre el caso: “Yo estaba creyendo en las políticas del Gobierno. Lo de “Iván Ríos” por la recompensa y eso era la salida… Matar al comandante. Yo no quiero hablar de ese caso en particular”, aseguró.

“El Gobierno no me ha cumplido ni el presidente el cambio de identidad y ubicación, ya llevo mucho tiempo [preso], el Gobierno no ha cumplido ninguna promesa. Porque es un Gobierno mentiroso y la vida es dura, sólo quiero la muerte”, expresó “Rojas” a los médicos, consciente de que su acto iba más allá de una simple traición y que tenía un componente de guerra psicológica: “lo que yo hice fue un daño moral a las FARC y eso impactó en la historia de Colombia y del mundo. Partí las aguas en dos, una cosa era el mundo antes de que yo matara a “Iván Ríos” y ahora es otra”.

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Lo que es evidente es que “Rojas” se refería a un trato con funcionarios del alto Gobierno cuando dijo que el presidente Álvaro Uribe no le había cumplido con las promesas. Lo que no está claro es quién le hizo los ofrecimientos de la recompensa a “Rojas”, aunque el ministro Santos sí afirmó que se le iba a pagar y que su colaboración había sido determinante para cercar a las Farc desde agosto de 2007. 

La clave de todo la escudriñamos en un debate del Congreso de la República que tuvo lugar dos meses después del asesinato de “Ríos”, el 20 de mayo de 2008, a propósito de la votación de una ley que aprobaba gastos reservados de inteligencia como el pago secreto de recompensas a informantes y desertores de los grupos guerrilleros. 

El representante a la Cámara, cercano al entonces presidente Álvaro Uribe, Augusto Posada, defendió aquella propuesta por ser “fundamental” para la política de Seguridad Democrática: “estamos hablando de un régimen de contratación especial, de carácter secreto, pero que no implica que estos gastos de alguna manera generen impunidad o que generen corrupción”, según consta en el acta de la sesión recogida por la Gaceta del Congreso.

Posada expuso que entre 2002 y 2008 el gobierno de Uribe había pagado más de 82 mil millones de pesos en recompensas y citó el caso particular de la muerte de “Iván Ríos” añadiendo que 3.790 millones habían sido entregados por su cabeza.

El representante Germán Navas Talero lo cuestionó con dureza preguntando: “si aquel asesino que le cortó la mano a otro asesino, cobró y le pagaron por cometer el delito de homicidio agravado”.

Posada respondió de modo afirmativo: “se han efectuado pagos de información importante a fuentes humanas que suministraron la información para el desarrollo de la operación militar “Fortín” y operación de inteligencia “Aquiles”, que arrojó como resultado la desmovilización de integrantes de la Cuadrilla 47, doctor Navas, incluyendo la muerte del terrorista, Manuel Jesús Muñoz Ortiz, alias “Iván Ríos””, dice el acta de la sesión.

Sus palabras coinciden con la versión de las FARC, según la cual la muerte de “Ríos” no fue consecuencia de una traición repentina, como quisieron hacer creer utilizando al guerrillero que lo mató, alias “Rojas”. Los mandos militares de la época sembraron ese relato en la opinión pública, pero, hoy más que nunca es claro que se trató de una operación de infiltración coordinada con la inteligencia del Ejército en donde la recompensa fue cobrada, pero no pagada a “Rojas”. Entonces, ¿quién cobró ese dinero?

Lo que no explicó el representante Augusto Posada es que al traidor, alias “Rojas”, también lo traicionaron. Primero, enfrentó un proceso penal por el homicidio de “Ríos” y luego por secuestros y masacres que había cometido en su paso por la guerrilla, purgando ocho años de prisión en la cárcel La Picota y luego en la Tramacúa de Valledupar. Allí tuvo que ser movido de patio, pues no podía compartir espacio con otros guerrilleros presos que lo despreciaban por su traición. 

Además, de acuerdo con versiones recogidas por la prensa, a “Rojas” le embargaron el dinero de la recompensa que nunca le pagaron. “Rojas” salió de la cárcel en 2017 y regresó al oriente de Caldas, la misma región de sus andanzas durante los años de guerrillero. Dos encapuchados lo mataron propinándole ocho tiros por la espalda el 3 de agosto de 2019 en un paraje rural de esa localidad, justo cuando estaba sin los escoltas asignados por la Unidad Nacional de Protección (UNP). Había alertado de amenazas en su contra pocos días antes, que fueron publicadas por varios medios informativos. 

La solicitud engavetada

Por esta sumatoria de incongruencias en la versión oficial una persona allegada a “Iván Ríos” elevó una solicitud a la Comisión de la Verdad para que el asesinato fuera investigado como un crimen de guerra.

Su esperanza es que en el marco del Acuerdo de Paz estas revelaciones “le sirvan al país y posibiliten una reflexión” sobre graves violaciones al Derecho Internacional Humanitario (DIH) que se cometieron en contra de los antiguos guerrilleros de las FARC y sus familias, dijo a revista RAYA esta persona, quien prefiere mantener su identidad en reserva por razones de estigmatización y violencia.

“Es claro que el Ejército Nacional se valió de un hombre de confianza […] para darle muerte, grave infracción al DIH que se suma a la del cercenamiento de su mano derecha como mecanismo de guerra psicológica, lo que de acuerdo a las normativas que pretenden regular las confrontaciones armadas, deviene en crimen de guerra”, se lee en el documento que fue enviado a dicha Comisión, invocando la norma 113 del DIH que establece que “las partes en conflicto tomarán todas las medidas posibles para evitar que los muertos sean despojados. Está prohibido mutilar los cadáveres”.

Además, remarca que el asesinato de “Ríos” presuntamente violó el artículo 3 Común de los Convenios de Ginebra, el Protocolo II adicional y el artículo 8 del Estatuto de Roma “en las prohibiciones que aluden a los conflictos de carácter no internacional, de valerse de un medio pérfido (infiltrado) para dar muerte a traición al adversario y la mutilación de su cadáver como expresión de la degradación de las confrontaciones armadas que atentan contra los más mínimos valores de la humanidad”.

Como contexto se agrega que, tanto el general Mario Montoya como sus subordinados Barrios y Linares, artífices del operativo que desembocó en el asesinato de “Iván Ríos”, terminaron envueltos en investigaciones por montajes y ejecuciones extrajudiciales conocidas como “falsos positivos”. Montoya es señalado como máximo responsable de cientos de casos cuando estuvo al frente de la Cuarta Brigada del Ejército en Antioquia, mientras que Barrios y Linares son investigados por varios casos puntuales, algunos ocurridos en el oriente de Caldas.

No obstante, este documento no fue tenido en cuenta por la Comisión de la Verdad, ni existe en el Informe Final un examen exhaustivo de los hechos, pues quedaron consignados según la versión oficial que plantea que “Rojas” actuó por su propia iniciativa. El caso, sin embargo, fue recibido en la Justicia Especial para la Paz (JEP), aunque esta entidad no se pronunció cuando le consultamos sobre el particular a su jefe de prensa.

“Se combate en cualquier lugar”

“Iván Ríos”, quien para la época tenía algo más de 40 años, era el miembro más joven del extinto secretariado de las FARC, el órgano máximo de dirección que tuvo esa guerrilla. Durante la década del ochenta se formó como economista agrícola en la Universidad Nacional de Medellín, no en la de Antioquia, como lo aseguró la prensa. Llegó a ser el hombre de confianza del primer comandante de la guerrilla, “Alfonso Cano”, de quien había sido su estafeta. 

En la adolescencia militó en la Juventud Comunista y en la Unión Patriótica, por lo cual fue perseguido y acosado hasta que emprendió el camino de las armas antes de graduarse. Buscaba evitar que lo torturaran y asesinaran, como ya había ocurrido con Heriberto Montoya y otros amigos suyos.

En el momento de su muerte lideraba el Bloque Noroccidental de las FARC, el cual mandaba sobre una veintena de frentes guerrilleros en Antioquia, Córdoba, Chocó, Caldas y Risaralda. En su contra cursaban investigaciones penales por hechos como la toma guerrillera de Montebonito (Caldas) en 2006, donde murieron dos policías y tres civiles.

A “Iván Ríos”, o Manuel, como prefieren llamarlo quienes fueron más cercanos, siempre le gustó una canción del baladista italiano Salvatore Ádamo, que había escuchado por radio en alguna de sus travesías por las montañas del país. El título de la canción avizora lo que fue su vida: “Se combate en cualquier lugar”. Manuel pudo volver a escucharla gracias a un disco compacto que sus parientes le hicieron llegar a la selva en medio de enormes dificultades.

En su tema, Ádamo habla de un hombre que va a la guerra mientras recuerda el cielo “tan azul” y tararea “canciones de amor para olvidar que se combate en cualquier lugar”. 

La muerte halló a Manuel siguiendo el destino que él mismo se había trazado, pero eso no significa que no haya otro relato posible oculto tras esos hechos: el de sus allegados que, sin ser guerrilleros, sufrieron la persecución y el acoso durante décadas, solamente por llevar su apellido. Los hermanos no pudieron llorar la pérdida, por temor a las represalias. Su madre perdió el habla y cayó en un silencio impenetrable que duró hasta su muerte, casi diez años más tarde.

La prensa nunca se enteró que Manuel de Jesús Muñoz era el hijo amado y repudiado a la vez por un veterano de la guerra de Corea, suboficial en retiro de la Armada Nacional, y que cuando aquel se unió a la guerrilla juró delatarlo si algún día conocía su paradero. 

Pero el padre fue incapaz de cumplir la promesa y terminó abrazando a su hijo, mientras le temblaba todo el cuerpo, en las dos o tres ocasiones que Manuel pudo salir de la selva y apareció de forma clandestina por su casa en uno de los barrios más tradicionales de Medellín para visitar a la familia.

A quienes aún porfían con esta historia les quedó una imagen final de Manuel, ya dormido para siempre y cobijado en la misma lona blanca con que sacaron su cuerpo y el de su compañera “Andrea” de la montaña: la frente cruzada por un punto rojo y su mirada aún entreabierta. Por una razón inexplicable, esa mirada sin cerrar evoca una línea de aquella canción que siempre le gustó, y que lo acompañaba en sus últimos días en la montaña.

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