Madres afro de Quibdó, presas en la cárcel El Pedregal de Medellín, sufren abandono familiar, falta de atención médica y condiciones indignas. Sus historias se narran en la exposición “El castigo dentro del castigo”, que revela cómo el encierro no solo limita la libertad, sino que rompe los lazos con sus hijos y comunidades, y abre el debate sobre el fracaso del sistema carcelario colombiano.
Por: Santiago Erazo
Una mujer solía encontrar gusanos dentro de la comida que le servían los cocineros de la cárcel El Pedregal, en Medellín. Otra ha durado tres años sindicada por un crimen que no ha podido ser comprobado y que, a ojos de un juez, justifica su permanencia en el penal a pesar de no existir un fallo condenatorio. Muchas son madres cabeza de hogar y han tenido que abandonar a sus hijos lejos de Quibdó y de otros pueblos del Pacífico, donde nacieron, crecieron, y donde aún viven sus familiares, aguardando por su regreso. Varias fueron trasladadas en 2024 del ahora extinto Centro Penitenciario Anayanci, en Quibdó, a El Pedregal, y separadas en diferentes patios, sin cobijas ni objetos personales. A algunas más les han negado medicamentos básicos, sin importar la gravedad de sus afecciones y enfermedades.
Todas son mujeres que han sido encarceladas y judicializadas en medio del entorno hostil de la cárcel, en concreto la de El Pedregal, un lugar que las ha expuesto durante años a vejámenes, tratos inhumanos y la opresión a la que se ven diariamente expuestas como mujeres afro, separadas de su entorno y de su familia. Son también varias de ellas las que protagonizan la exposición “El castigo dentro del castigo”, realizada por la Corporación Humanas con el apoyo del Ayuntamiento de Barcelona y conformada por fotografías de Pablo Cuéllar y María Fernanda Arévalo.
En las fotos, los rostros de las mujeres privadas de la libertad están prácticamente ausentes. Para Pablo Cuéllar, la ausencia de rostros y las miradas “son elementos de una fuerza irremplazable en el resultado de este trabajo fotográfico”. La ausencia también se expresa en los escenarios retratados:
Fotografía incluida en la exposición “El castigo dentro del castigo”.
–No estaban las celdas –dice Cuéllar–, las camas, los baños, las comidas… No estaban las imposiciones cotidianas de la convivencia y el control tiránico de las dragoneantes, al menos en las formas en que día a día tienen que soportarlas. Tampoco estaban, por razones obvias, sus seres y lugares queridos. Las fotos se hicieron en el área de educación de la cárcel.
Hay a su vez un velo de anonimato que se posa sobre cada pieza –así como un velo literal, que las cubre físicamente en la exposición, decisión de la curadora, Irene Veuve–. Sin embargo, juntas todas, vistas en su conjunto, forman la cara visible de un problema estructural que se profundiza en un país que sigue viendo a la población carcelaria como un grupo residual de seres humanos sin futuro, sin virtudes, sin indulto para sus errores y sin derecho a una vida digna.
En una carta del 16 de diciembre de 1929, Antonio Gramsci hablaba del dolor de perder el contacto con los suyos durante su tiempo en la cárcel: “He dejado que se fueran rompiendo uno a uno todos los hilos que me unían al mundo y a los hombres”. Unos meses después diría en otra carta: “La otra cárcel que se ha añadido a la primera consiste en quedar fuera no solo de la vida social, sino también de la vida familiar”. El título de la exposición, “El castigo dentro del castigo”, dialoga con esa “doble prisión” de la que hablaba Gramsci: el aislamiento íntimo sumado al exterior, la imposibilidad de volver a ver a los seres más amados en su cotidianidad, o resignarse a apenas una llamada, una carta o una visita exigua.
Aquella ruptura de la intimidad también la viven los familiares de las mujeres que están en El Pedregal. La exposición retrata así a padres, madres, hermanos e hijos que esperan el momento en que aquellas mujeres, que a su vez son madres, hijas o hermanas, vuelvan a conocer la libertad.
–En Quibdó –dijo Diego Cuéllar durante la exposición– tuve la oportunidad de conocer y visitar familiares de las mujeres que fotografié en El Pedregal. Pude entregarles a algunos las fotos que había hecho y vi cómo esas imágenes cobraban el valor de lo precioso. Esa era, para mí, una de las partes más importantes del trabajo: llevar las fotos a las casas de quienes no estaban. Esa es, quizás, otra pequeña exposición derivada de “El castigo dentro del castigo”.
Las fotos son entonces el registro de una ausencia sufrida en doble vía. En ellas subyace todo lo que han dejado de vivir estas mujeres por cuenta de la hostilidad de una cárcel que no ofrece las condiciones mínimas de existencia y de la distancia y las extensas horas de viaje entre Quibdó y Medellín, un trayecto que se hace por una de las carreteras más extensas y peligrosas del país, y que sigue siendo una deuda histórica de los últimos gobiernos nacionales, incluido el actual. No obstante, lejos de ser un caso aislado, lo retratado en la exposición plantea la crisis del sistema carcelario y del modelo punitivista occidental.
Registro de la exposición el pasado 24 de septiembre.
Para Angélica Beltrán, coordinadora de la línea de mujeres en cárceles y libres de la Corporación Humanas, “el sistema carcelario y penitenciario en Colombia no funciona. No le funciona a la sociedad colombiana en general, no les funciona a las personas privadas de la libertad, a sus familias y sus comunidades. No le funciona a nadie”.
La pregunta por la legitimidad y la utilidad del punitivismo, y por el futuro de este sistema es, de hecho, una de las invitaciones que se van hilando en esta serie de fotografías.
–Mis convicciones –dijo Irene Veuve durante el evento– al momento de hacer la exposición eran evitar romantizar una experiencia tan complicada y dolorosa como es el sistema de castigo, pero tampoco prometer dar respuestas de cómo solucionarlo. No por prudencia o cortesía, sino porque es una pregunta que atraviesa la historia y aún intentamos resolver.
Precisamente, en marzo de 2023 pareció verse una luz frente a las desigualdades del sistema carcelario para las mujeres. Ese mes, el Congreso decretó la Ley de Utilidad Pública, que les permite a mujeres cabeza de hogar que han sido declaradas culpables de algún delito punible cumplir con la pena realizando “actividades de servicio comunitario para resarcir el daño”, en vez de ir a la cárcel. Sin embargo, el panorama, tras más de dos años de creada la ley, no es favorable.
–Hoy tenemos un muy bajo nivel de implementación de la ley –dice Angélica Beltrán–, pues solo encontramos alrededor de 100 mujeres beneficiarias de esta ley, a pesar de que tenemos miles de mujeres que podrían estar cumpliendo estos requisitos.
Mientras el Estado avanza lentamente en la aplicación de este tipo de sanciones restaurativas, exposiciones como “El castigo dentro del castigo” –que también se podrá ver en Quibdó, Medellín y Barcelona– visibilizan lo que aún hace falta: la dignidad de las mujeres afro en medio de su encierro, la posibilidad de ampliar el horizonte para pensar en alternativas al punitivismo y una lectura más compleja de las causas por las que una mujer termina en la cárcel. De alguna manera, son fotos que se pueden leer como una protesta implícita, que recuerdan lo que hizo el escritor keniata Ngugi wa Thiong’o, cuando se pronunció en contra de su encarcelamiento escribiendo su famosa novela "El diablo en la cruz" en papel higiénico durante su encierro. El arte, finalmente, como una demanda sensible ante lo que sigue siendo una herida abierta.