Durante cuatro años, Nona Fernández visitó en prisión a un excomandante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, organización insurgente que combatió la dictadura de Augusto Pinochet. De esas conversaciones nació Marciano, una novela que mezcla archivo y ficción para hablar de memoria y violencia política. Publicada en 2025, llega a un Chile donde la elección de José Antonio Kast reabrió la disputa pública sobre el pasado dictatorial y la transición.
Por: Juan Sebastián Lozano
La escritora Nona Fernández visitó durante cuatro años al excomandante Ramiro en la Cárcel de Alta Seguridad, en Rancagua, Chile. Mauricio Hernández Norambuena, también conocido como Ramiro o Marciano, es un exguerrillero y líder del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), grupo armado de ideología marxista-leninista que combatió contra la dictadura de Augusto Pinochet. En 1986, esta guerrilla llevó a cabo un atentado fallido contra el dictador.
Hernández Norambuena fue detenido en 1993 y condenado a dos cadenas perpetuas por el secuestro de Christian Edwards, hijo del dueño del diario El Mercurio, y por el asesinato del senador e ideólogo de la dictadura, Jaime Guzmán, entre otros delitos. En 1996 escapó de la Cárcel de Alta Seguridad de Santiago colgando de un helicóptero que sobrevolaba la prisión, en lo que se denominó “la fuga del siglo”.
Tras permanecer en Cuba y en Colombia —donde habría contado con protección del ELN—, en 2001 fue capturado en Brasil y condenado a 30 años por secuestro. En 2019 fue extraditado a Chile, donde fue sentenciado a 26 años adicionales por las condenas pendientes.
Nona Fernández había sido encargada de escribir el guión de una serie épica sobre la historia del FPMR, un proyecto que finalmente no se realizó. El comandante Ramiro sería la principal fuente de información. La premiada escritora decidió entonces escribir un libro que, en lugar de épico, abordara la complejidad humana del exguerrillero: héroe para algunos, terrorista para otros; víctima y victimario a la vez, atravesado por la tragedia latinoamericana y los contextos de desigualdad social y económica que han marcado a nuestros países.
Marciano es una novela, no un libro de no ficción ni una biografía. Fernández imagina a partir de lo contado por Ramiro y, fiel a la estética desarrollada en sus obras anteriores, construye una atmósfera de ciencia ficción alrededor de la historia de “Marciano”. El libro reflexiona sobre la memoria, sobre cómo imaginamos el pasado, sobre cómo se reconstruye una historia y la arbitrariedad y subjetividad que ello implica; sobre cómo la ficción nos ayuda a pensar el pasado y a proyectar el futuro. El recurso de la metaficción (ideas sobre el ejercicio de escribir mientras se escribe) y una prosa lírica —en la que la autora vuela y planea como un ovni— caracterizan la novela.
Nona Fernández nació en Santiago en 1971 y es escritora y actriz. Entre sus libros destacan las novelas Mapocho, ganadora del Premio Municipal de Literatura; Space Invaders, finalista del National Book Award, y La dimensión desconocida, ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz y también finalista del mismo premio
¿Cómo surgió la idea de este libro?
Como dice en el libro, todo parte de una invitación a la que fui convocada para investigar y levantar un proyecto de serie sobre el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, la agrupación que abrazó la lucha armada en tiempos de la dictadura. El eje fundamental iban a ser las entrevistas a Mauricio Hernández Norambuena, el comandante Ramiro, que acababa de ser extraditado a Chile. Era una especie de novedad su regreso.
Comencé las conversaciones con un permiso judicial —no es fácil visitarlo en régimen de presidio estricto—. Durante un año trabajamos en la serie, pero todo se fue al suelo: peleas en la productora, falta de financiamiento. La idea murió.
Me quedé con el permiso y con muchas horas de diálogo con Mauricio. Lo que más me sedujo no fue la historia épica del Frente, sino la trastienda: la humanidad de esos personajes, sus contradicciones, miedos, amores, silencios. Todo lo que la épica deja fuera porque no permite las grietas. Una serie televisiva necesita blanco y negro; a mí me interesaba el tono gris en el que circulamos todos y todas.
Le propuse seguir visitándolo para un libro del que yo pudiera hacerme responsable. “Ya no sería sobre héroes —le dije—, porque no me interesan los héroes. Mi idea es desbaratar toda idea de héroe en la literatura y en la vida”. Quería escribir de Mauricio, de sus amigos, de sus dolores, rabias, paradojas, miedos y de esa capacidad humana para sostenerse hasta hoy.
Me autorizó y seguimos tres años más de conversaciones. Así nació este libro raro, marciano.
¿Qué humanidad encontró en Hernández Norambuena y por qué le interesa desbaratar la idea de héroe?
La idea de bajar a los héroes del pedestal me da vueltas hace tiempo en términos literarios. Nos pone en un lugar más peligroso y desafiante como lectoras: si esos jóvenes muy jóvenes que tomaron decisiones extremas eran personas comunes como tú o como yo, entonces en momentos históricos complejos —que los estamos viviendo— ¿qué hacemos nosotras? Normalmente se nos enseña que la historia la protagonizan héroes o villanos, y una como lectora o como personaje pedestre no tiene nada que hacer. Pero cuando entendemos que eran personas concretas, con vidas domésticas y problemas cotidianos, nos desafiamos más y nos ponemos en jaque.
Tenía la expectativa de encontrarme con un militar anclado en lógicas de Guerra Fría. Me topé con un caballero de 67 años, cordial, horizontal, gran conversador y lector extraordinario. Me ofreció Los versos satánicos de Rushdie como tarjeta de presentación y poesía de Ezra Pound —poesía delicada, de nicho, nada popular para un comandante—. Es un lector visceral: se compenetra profundamente.
Es frágil emocionalmente y ha construido estrategias en el encierro: conversa con sus muertos de manera racional, los mantiene vivos, extrae de ellos lo que necesita. La lectura lo salvó literalmente: escapaba de la celda, vivía otras vidas. Sin libros se habría matado, sobre todo en Brasil, con régimen estrictísimo donde a ratos no veía la luz del sol ni hablaba con nadie.
Él medita y me decía, riendo: «No sé cómo concilio el budismo con mi materialismo histórico. Yo te juro que aquí en la celda todo funciona». No escribo con el comandante Ramiro; escribo con Mauricio Hernández Norambuena, el hombre encerrado.
En el libro se aborda el sacrificio y el tejido afectivo de aquellos guerrilleros, algo impensable hoy en tiempos de individualismo neoliberal. ¿Cómo ve usted eso en relación con la necesidad de utopías?
Uno observa con interés y admiración ese tejido afectivo que sostenía al grupo, más allá de la organización política. Confiaban plenamente; Mauricio sigue necesitando a sus compañeros muertos y los sienta en la celda.
Hoy somos incapaces de asociarnos o sacrificar algo por una causa comunitaria. A lo más damos un like o salimos a una marcha cada cuatro años. Ofrecer tiempo y energía a algo colectivo nos parece marciano.
Creo que nos hace falta esa disposición. La revolución socialista no ocurrió, pero debemos inventar otra cosa. Hay que concentrarse en imaginar la utopía. No podemos quedarnos pasmados esperando que baje una nave extraterrestre. O hacemos algo en colectivo o el mundo se acaba mañana; ya se está acabando.
La literatura, sobre todo la ciencia ficción, es espacio para imaginar futuros otros. Mi trabajo siempre parte de archivos crudos —Marciano es un gran archivo de cuatro años de conversaciones—, pero construye otra cosa, otra realidad. Me encantaría que el mundo tuviera una concepción literaria de lo que quiere: plantearnos futuros posibles.
El libro está construido a base de diálogos. ¿Cómo le fue dando forma?
No tenía idea de cómo sería. El material era inconmensurable; no podía grabar, apuntaba mal porque me dejaba llevar por la charla. Todo era dificultad.
Primero pensé dar toda la voz a Mauricio. Pero pronto vi que no podía ser fiel a su punto de vista cuando yo discrepaba como autora. La solución fueron diálogos donde él habla más, pero yo intenciono, pregunto, discuto y aporto otra mirada.
Agrupé las conversaciones en temáticas: historia del Frente y vida personal de Mauricio en el encierro. Contar una vida es imposible; más aún desde la cárcel, donde pasado, presente y futuro se revuelven, como realidad y ficción, vida y muerte.
El libro es fragmentario a propósito: pasa de un tema a otro, incluye fichas de lectura, cartas, cuentos. Intenta dar cuenta del desorden y del tiempo extraño de una psiquis encerrada.
Marciano es una novela: inventa a partir de hechos reales. ¿Cómo entiende la relación entre ficción y memoria histórica?
En Chile la memoria sigue disputada. La lucha armada fue criminalizada, invisibilizada, caricaturizada. El encierro de Mauricio forma parte de eso: esconderlo, quitarle voz.
La literatura no clausura ni dice “así fueron las cosas”; propone miradas juguetonas ancladas en archivos. En Marciano hablan los muertos, hay fotos, cartas, fichas que se parecen a las suyas pero no lo son. Es muy literario.
No busca defender ni condenar a Mauricio, sino problematizar su figura, comprenderla. Cada lector verá lo que quiera. Contiene ficción, por supuesto.
En el libro critica la persistencia del Comandante Ramiro en la violencia cuando Chile ya era una democracia formal. Sabemos también de la impunidad de los militares que implicó la transición y de que eso quizás implica que el discurso pinochetista siga muy vivo.
Sí, claro. El gran problema se instala en la transición pactada con los militares, donde la impunidad era el pan de cada día: violadores de derechos humanos tomaban cargos en municipalidades, ideólogos de Pinochet estaban en el Senado. Era un universo extraño, una democracia frágil con límites líquidos y porosos.
Todos nos perdimos un poco; no entendíamos bien lo que vivíamos. Los del Frente Patriótico, con su dinámica radical, tampoco se detuvieron a meditarlo tanto —es parte de las reflexiones que el mismo Mauricio hace— y siguieron en un espacio que era postdictadura a medias: Pinochet iba a ser senador vitalicio, la Constitución era la de la dictadura.
Cometieron ajusticiamientos —la mayoría a militares—, pero también al senador Guzmán, ideólogo de Pinochet, y el secuestro de Cristian Edwards, hijo del dueño de El Mercurio, artífice clave de la dictadura.
Era una democracia, y esas acciones ocurrieron ahí. Yo misma no tengo claridad total sobre ese periodo; una de las razones para escribir el libro fue mantener esas conversaciones con Mauricio y aclararme un poco, pero sin ánimo de clausurar.
Es el punto más álgido de la incomodidad: no fueron los únicos grupos que siguieron. La impunidad fue un hecho; esta democracia se levantó sobre eso. Nunca fuimos tan radicales como debimos en la condena a las vulneraciones de derechos humanos. Las consecuencias las vivimos hoy: más de 50 años después del golpe, discursos pinochetistas vivos, candidatos de esa línea, mala comprensión de los derechos humanos. La gente no entiende bien qué son; no hay buena educación al respecto.
La tendencia a elegir gobiernos de extrema derecha es mundial, pero en Chile ¿qué balance hace de los errores de la izquierda que han contribuido a esto?
Claro que hay vientos mundiales hacia la extrema derecha —Chile siempre ha sido conservador—, y las derechas usan redes, mienten con descaro y cooptan agendas. La izquierda no siempre responde a la altura.
Pero creo que la izquierda chilena ha perdido el diálogo con la ciudadanía. Se ha alejado de las necesidades reales de la gente. Está atomizada, en competencia interna por quién es más de izquierda. Se ha caído en buenismo ético y narcisismo del poder. Hay un vacío comunicacional enorme: los logros no se conocen. Hemos perdido conexión con la gente.
¿Qué receptividad ha tenido el libro en Chile?
Ha sido una tremenda sorpresa. Pensé que los grandes medios lo silenciarían por el tema. Pero no: he estado en todos lados, independientes y grandes. La crítica conservadora ha sido respetuosa con lo literario, aunque me acusen de lavar la cara o simpatizar con el personaje —simpatía que no escondo.
Se lee mucho, más de lo imaginado. Clubes de lectura, agrupaciones populares me invitan. En cuatro meses vamos a reimprimir 4000 ejemplares. Pensé que con suerte lo publicarían; ha corrido solo y tiene gran público. Me ha desafiado este nivel de movimiento.
