Investigación

SUBRAYA

Por: Ana María Cerón Cáceres

El 22 de julio de 2022 el entonces presidente Iván Duque sancionó la Ley que buscaba garantizar la salud menstrual de las mujeres en prisión. Este texto narra la valiente historia de Claudia, una de las personas detrás de ese proceso, quien hasta hoy continúa trabajando para que los derechos de las mujeres en las cárceles colombianas sean una realidad.

 2008: Claudia Cardona fue detenida. Tenía 31 años, una hija de 4 y una larga condena. ¿El delito? No viene al caso, con su llegada a la cárcel inicia esta historia.

2008 – 2017: Tras las rejas a esta mujer le debió llegar el periodo en unas 120 oportunidades. En las épocas más prósperas recibió una media de 20 toallas higiénicas cada 3 meses, cifra insuficiente para casi cualquier persona que menstrúe.

Julio de 2017: Claudia finalmente ha salido prisión. Es un lunes festivo y viaja con su hija en un bus urbano. La policía detiene la buseta y piden papeles. Tras ver los de Claudia le piden a ella y su hija descender del vehículo. Ambas obedecen, sintiendo el peso de las miradas pegadas a las ventanas.

La menor, que ahora tiene 13 años, llora en medio de una calle de Bogotá rodeada de uniformados. Un policía desconfía de sus lágrimas y la acribilla a preguntas. Claudia, para evitarle el interrogatorio, explica que tiene miedo de que se lleven a su mamá de nuevo e insiste en que ha salido legalmente de prisión, como muestran los documentos que llevaba consigo. De todas formas, las retienen y despachan la buseta.

Jenny, una amiga de Claudia que también estuvo en prisión, dice que después de la cárcel, a pesar de recibir malos tratos, no se puede cuestionar nada ni a nadie, porque “como tienes antecedentes, tienes que aguantarte”. Ella, de hecho, aceptó un trabajo de más de 12 horas diarias porque en ningún lado la recibían. Estaba fuera de la cárcel, pero la añorada libertad no llegaba. “Uno sale y uno no es libre”.

Tampones de espuma

Marisol es amiga de Claudia y vivió en prisión 10 años. Ella recuerda que como las toallas higiénicas nunca eran suficientes y el periodo continuaba llegando, hacían tampones con hilo, algodón y la espuma de las colchonetas donde dormían. 

Las reglas del juego

Todavía 2017: Claudia aprendió dos cosas muy importantes. 1.) Existe una distancia abismal entre los reglamentos nacionales e internacionales que leyó cuidadosamente y le sonaron a historias de fantasía, sobre cómo deben ser las cárceles y lo que en realidad son. 2.) Hay una comisión que hace seguimiento a la situación de las prisiones en el país, la Comisión de Seguimiento al Estado de Cosas Inconstitucional en materia penitenciaria y carcelaria. De esto se enteró en la Corporación Humanas, una organización que hace parte de la Comisión de Seguimiento.

Meses después Claudia se convirtió en la representante de la organización ante la Comisión de Seguimiento. ¿Cómo fue posible? Porque Claudia había experimentado la vida en reclusión, como muchas otras, pero ella, además, había trabajado en las oficinas de tratamiento penitenciario de la cárcel. Mientras que a sus compañeras les tocaba cocinar, limpiar, coser o hacer manualidades – que son el tipo de opciones laborales que hay dentro de las cárceles de mujeres – ella pudo ver de cerca las gestiones que hacían psicólogas y trabajadores sociales. Su experiencia de cárcel, que era su condena, ahora le permitía conseguir un trabajo.

Los baños

En la cárcel del Buen Pastor la mayoría de los baños no tienen puerta y las mujeres que los usan no tienen dinero para comprar toallas higiénicas.

Para allá y para acá

2018: viernes 8 a.m. Suena el teléfono y Claudia contesta.

  • “Mire, hay tantos yogures. ¿Les interesan?
  • ¿30 yogures? Pues sí, ¡tráiganmelos!”

En frente de su casa se estaciona un camión del que bajan, no 30 vasos, como ella pensó inicialmente, sino 30 canastas de galones de yogur, el producto está a punto de vencerse. Una donación inmensa e intempestiva que reciben en una fundación que se llama Hanna Cortés, con la que Claudia colabora.

Hay que subir el producto hasta el tercer piso donde vive con su hija: “suba yogur, y suba yogur, y suba”. Después de que todo está acomodado dentro de la casa, en el pasillo de enfrente y donde la vecina, toca ir por bolsas plásticas para empacar y llamar a las demás mujeres, confirmar con cuántas personas están viviendo y acordar una estación de Transmilenio para encontrarse y darles su parte de la donación. Viernes, sábado, domingo y lunes entregando yogur. “Y para allá y para acá”. “Comí yogur vencido por tres meses”, dice, arrugando los ojos por la risa.

El rebusque es experiencia conocida entre quienes han vivido la prisión y han salido de ella. Claudia llevaba esa expresión al límite cuando, además de buscar los recursos para ella y su hija, recorría la ciudad cargando botellas para aliviar la necesidad de sus compañeras. De hecho, el ajetreo que significó la donación de yogur es uno entre miles en la memoria de esta mujer y en la de quienes la han conocido en estos últimos quince años. “Cuando yo conocí a Clau, ella vendía”. “Ella le hacía las tareas de los hijos a las guardias y le pagaban por eso”. “Ella hacía manillas, tenía habilidad con las manos”. “Yo la conocí adentro (de la cárcel) cuando era monitora en el bachillerato o algo así”.

Juntarse

Todavía 2018: Como parte de su trabajo en Humanas Claudia comenzó a convocar a otras mujeres que habían salido del Buen Pastor para conocer la situación en la que estaban y, a través de unos talleres, abordar juntas los problemas que vivían. La idea era facilitar encuentros para conversar de todo eso que no podían hablar con otras personas y quizá, con suerte, apoyar a quienes continuaban detenidas.

Jenny recuerda que leyó en Facebook una publicación de Claudia invitando a una reunión: “vi que puso la convocatoria y yo sin pensarlo la busqué. En uno de esos años que duré allá (en la cárcel), yo sí pensaba en salir y hacer algo por las mujeres. ¿Qué? Yo no sabía, pero algo. Y cuando me llegó esta oportunidad, yo dije, pues le voy a hacer. Hasta donde pueda. Hasta donde Dios me ponga”.

Las mujeres que acudieron al llamado comenzaron un proceso que Jenny recuerda así:

“Esos primeros encuentros fueron muy duros. Fueron duros y a la vez fue como un alivio. Yo en la casa no hablaba del tema. Todo el mundo quería olvidarlo. Y pues el ir allá, el ver la situación que vivía cada una de las mujeres, que era igual a la mía. Yo siento que esos encuentros nos ayudaron mucho”.

Al comienzo iban veinte mujeres a los talleres, pero el grupo se fue reduciendo. Asistir representaba perder horas en la dura tarea de conseguir lo necesario para vivir. Además, las mujeres que persistieron recuerdan que también era complicado porque la relación con sus familiares estaba muy afectada tras los años de encierro, e ir a las reuniones las hacía mirar de frente aquello que las había lastimado de manera tan profunda.

A pesar de todo, continuaron encontrándose y eventualmente llegaron a la conclusión de que era urgente hacer algo por las mujeres que todavía estaban detenidas. Así nació el proyecto que luego se convertiría en Mujeres Libres.

Agonía

Claudia sufría de hemorragias muy abundantes y cólicos insufribles. En la cárcel nunca pudo acceder a una cita con un especialista. Al final la solución fue sacarle el útero.

Un cambio de raíz

2019:

“No queríamos hacer lo que la mayoría de organizaciones: buscar el mercado y entregárselo. El mercado no son para las seis mil mujeres que están en prisión y para las miles y miles que han salido. Nuestro enfoque era ayudar a todas. ¿Y cómo podíamos ayudarlas a todas? Pues cambiando la política criminal del país”.

Para transformar la forma en la que el Estado responde al delito y el tratamiento que da a las mujeres que juzga como responsables, las integrantes de Mujeres Libres decidieron que era fundamental contar lo que ellas habían vivido en la prisión y al salir de ella. Contárselo a quienes toman decisiones.

En el senado

Todavía 2019: La Comisión de Seguimiento solicitó una audiencia en la Corte Constitucional que fue aceptada. Acordaron que las integrantes de Mujeres Libres tuvieran un espacio para hablar. Para sorpresa del grupo y contra sus propias reservas, su primera aparición en público sería en la ¡Corte Constitucional!

La primera vez que Claudia fue al senado estaba muy nerviosa. Gabriela, una de sus compañeras de trabajo de ese entonces, recuerda que llegó a creer que debía ser una perseguida política. La propia Claudia revive el terror que se apoderó de ella al entregarle la cédula a un policía que custodiaba la entrada y la certeza que la embargó de que la detendrían de nuevo.

Cuando llegó el turno de que las integrantes de Mujeres Libres entraran a la Corte, la situación se repitió. El temor de ser maltratadas cuando vieran sus antecedentes penales, de estar rodeadas de uniformados y entregarles a ellos sus documentos. Pararse frente a una audiencia y hablar sobre lo que estaba prohibido hablar. El paso del tiempo en el reloj que marcaba el límite de su intervención. La responsabilidad gigante y una voz dentro de sus cabezas que decía a gritos: “No, yo no voy a poder hablar en público, yo no voy a poder hacerlo, no puedo”.

Sin embargo, a partir de la visita a la Corte, Mujeres Libres comenzó a hacer intervenciones en distintos espacios, tanto del Estado como de organizaciones sociales, universidades y medios de comunicación, para visibilizar la situación de las mujeres encarceladas y quienes habían salido.

La soledad de la pandemia

2020: Con las visitas a las cárceles canceladas, las mujeres detenidas estaban más aisladas que nunca. Claudia recibía llamadas: “mire que hoy no nos dieron la comida”, “mire que hoy trataron mal a tal mujer y le pegaron y tal cosa”. Entonces desde Mujeres Libres pasaban la información a la Personería, a la Defensoría del Pueblo, a quien fuera necesario. No podían dejar a las mujeres solas y a su suerte. 

No hay agua

Todavía 2020: Mujeres Libres hace una campaña de recolección de productos de higiene menstrual para enviar a las mujeres detenidas. Entre las donaciones que reciben hay copas, una alternativa con una vida útil muy larga y que podría servir para algunas de las mujeres en la cárcel. Hacen la solicitud al INPEC para el ingreso de los productos. Claudia atiende una llamada en la que le indican que las copas no podrán entrar, porque como en el Buen Pastor no hay agua, no habrá cómo lavarlas. La terrible situación de acceso al agua que viven las mujeres en la prisión se convierte en la “razón” para que tampoco tengan copas menstruales.

Nosotras por nosotras

Actualmente Claudia hace parte de la Mesa de expertas en Mujeres y Prisión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, ha sido convocada por las Naciones Unidas en calidad de experta para hablar sobre las mujeres y las cárceles, y trabajó con el Comité Internacional de la Cruz Roja en el proyecto de ley sobre alternatividad penal para las mujeres que está próximo a convertirse en ley de la república. En palabras sencillas, se ha convertido en un referente sobre los derechos de las mujeres en prisión.

Acerca de su labor y la de Mujeres Libres, afirma: “somos nosotras hablando por nosotras. A nosotras nos pasó y a ellas (las que están detenidas) les sigue pasando. A nosotras nos pasa en libertad y a ellas les va a pasar. Entonces, es hablar en primera persona”.

Las hijas y los hijos

2021: Ha pasado más de un año y medio desde el inicio de la pandemia, la gente sale de rumba con permiso del gobierno y las mujeres detenidas aún no tienen autorización para ver a sus hijos e hijas menores de edad. Los hombres detenidos sí lo tienen. Entonces Jenny sale en televisión nacional denunciando lo injusto de la situación.

De regreso en la cárcel

2019-2022: Entregar la cédula. Batallar con un impulso del cuerpo que se resiste a hacerlo aun cuando lo sabe necesario. “Miedo. Miedo. Mucho miedo”. Requisas, las puertas, las rejas. Repetirse a sí misma “yo voy a salir, yo voy a salir”. Ver a una guardia: esta vieja fue la que le pegó a mi compañera. Pero luego divisar una cara conocida a lo lejos: “una amiga, ella fue la que me ayudó”. Sentimientos que se atropellan unos a otros y se suman y se multiplican. Hasta que de nuevo llega el momento de salir y una vez afuera Claudia puede soltar el aire que había estado reteniendo: “Ya salí. Sí salí, sí salí, sí salí”.

En las mujeres que han estado en prisión reside un eco de su paso por esa institución, que revive cuando buscan trabajo, un apartamento en arriendo, una cuenta en el banco, en la relación con sus personas más queridas. Al escuchar a Claudia pareciera que ese lastre no desaparece: esta mujer ha sabido agarrarlo fuerte y así, con una inmensa presión en el pecho y una determinación imposible, ella tomó la decisión de volver a la cárcel.

Desde que comenzaron a encontrarse, las integrantes de Mujeres Libres pensaron que querían ir a hablar con las que continuaban en prisión: “porque es que, si uno no conoce derechos, no puede exigir derechos. Si los conoce, se puede exigir un poco más. Sí así comenzamos a exigir, ellos (las autoridades) en algún momento tendrán que reaccionar”. Por esa razón y para hacer seguimiento a la situación adentro, además de todos los espacios de incidencia en los que participan, Mujeres Libres visita la reclusión de mujeres de Bogotá.

Ahora, cuando Claudia entra, de todos lados vienen mujeres corriendo a saludarla, a abrazarla, a hablar con ella. En las reuniones que realizan ella se presenta al final y siente un placer indescriptible cuando ve el rostro de las que no la conocen transformarse, tras saber que ella también estuvo en prisión. “Yo soy feliz estando adentro”, reflexiona. “¿Quisiera estar adentro? No, yo no quisiera estar adentro. Pero soy feliz cuando entro”. En ocasiones alguna guardia le pregunta, sarcástica y ofensiva, “si es que le quedó gustando la cárcel”. Entonces ella crece, se vuelve gigante y contesta que está allí como parte de una organización que vigila los derechos de las mujeres detenidas.

La ley

2021-2022: Mujeres Libres se involucró activamente en el proyecto de ley para garantizar la higiene menstrual de las mujeres y otras personas en prisión. Sus integrantes visitaron muchos espacios y hablaron con senadoras, representantes a la cámara y tomadores/as de decisiones, explicándoles que a quienes viven en prisión también les llega el periodo y que es un trato discriminatorio el que reciben cuando en los establecimientos penitenciarios no se les garantiza un mínimo de productos para gestionarlo dignamente.

Después de un proceso muy arduo se aprobó la ley 2261 de 2022 que establece la entrega gratuita, oportuna y suficiente de artículos de higiene menstrual para las mujeres y personas menstruantes detenidas en las cárceles del país, “con el fin de lograr la materialización de los derechos a la dignidad humana, la salud y bienestar, la no discriminación y la igualdad de género”. El artículo 2 aclara que la distribución será mensual y de mínimo 10 toallas higiénicas, pero que este número deberá ajustarse en situaciones como postparto, lactancia o endometriosis.

Mujeres Libres

Las integrantes de Mujeres Libres vivieron el encarcelamiento y la salida de prisión, y conocen la desprotección que se experimenta en uno y otro momento. Saben que la existencia del grupo no resuelve el desempleo ni el desamparo, pero permite vivirlo juntas. Cuando Jenny, Claudia, Marisol o cualquier otra de las integrantes de la organización hablan de las violaciones a los derechos humanos de quienes continúan en prisión o han salido, hablan de su propia historia con la esperanza de que las cosas cambien, de que para las que vienen detrás la historia pueda ser otra.

Cuanto este texto terminó de escribirse, aún no se han entregado en las cárceles los primeros productos de higiene menstrual que la ley prometió.  

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