Óscar Pantoja, uno de los autores más influyentes de la novela gráfica en Colombia, presentó Vereda, su nueva obra, en la pasada Feria Internacional del Libro de Bogotá. El libro narra la historia de un hombre que vuelve al campo para construir su casa, pero se enfrenta a una amenaza oscura que crece en las paredes: una alegoría inquietante de la violencia rural en Colombia.
Por Santiago Erazo, Cultura Raya
Piedra a piedra, Óscar Pantoja ha ido construyendo una casa en la vereda Antioquia, en Pradilla, Cundinamarca. Lo ha hecho con sus manos, con la voluntad de quien cifra sus días en la paciencia y en lo que la argamasa va juntando. Al tiempo ha ido construyendo una voz y una obra. Su nombre aparece en las portadas de los libros ilustrados más vendidos cada año en Colombia, y de un tiempo para acá ha ido apuntalando un proyecto que busca retratar a grandes catedrales de la literatura latinoamericana, como Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo o Pablo Neruda, en un diálogo entre el texto y la imagen, a caballo entre la biografía, el cómic y la novela gráfica. Pero también ha surcado las aguas negras del terror en sus libros. El parricidio narrado en “El hijo”, su primera novela, fue seguido por la historia de “Madre”: una mujer convertida en un cajón de cocina y una hija que puede ver lúcidamente, con habilidades psíquicas, los asesinatos perpetrados por su padre.
A este universo se acaba de sumar “Vereda”, publicada recientemente por la editorial Rey Naranjo y lanzada en la actual Feria Internacional del Libro de Bogotá. Aquí nos enfrentamos al relato de Jorge Isidro, un hombre que decide construir su casa en la vereda a la que ha vuelto tras fracasar en la ciudad. Vemos entonces el empeño de Jorge Isidro, pero también la presencia ominosa de unas manchas que paulatinamente crecen y que, como plagas bíblicas, se ciernen sobre las paredes blancas de las casas en la vereda; violentas marcas que recuerdan a los grafitis con que los actores armados en Colombia prefiguran la desgracia en fachadas y muros. El resultado es una historia oscura, acompañada de un poderoso componente visual en la materialidad del libro ―las páginas son atravesadas por los planos de la casa de Jorge Isidro y por manchas negras que el lector ve crecer entre capítulo y capítulo―. Los andamios de la novela son igual de ambiciosos: junto a la voz de Jorge Isidro se va trenzando la de la propia casa, que como un ente con vida propia va narrando lo que el protagonista, por su propio punto de vista, no le permite entrever al lector.
Raya habló con Óscar Pantoja sobre el proceso de esta novela, la presencia del miedo ante la humillación, la atmósfera oscura que recorre la historia y la violencia implícita detrás de las cada vez mayores dificultades en Colombia para tener una vivienda propia.
En el colofón del libro, el lector descubre que usted escribió “Vereda” en una casa de piedra que aún sigue construyendo en Cundinamarca. ¿Cómo fue alimentando la escritura del libro aquella experiencia de construir con sus manos una casa?
Yo pienso que la vida siempre nutre las ideas para empezar a construir una historia. Esas vivencias, esos asuntos, están cifrados en la construcción de las mismas. “Vereda” no es, en todo caso, la única historia en la que yo tomo experiencias que luego se van a trabajar en un mundo estético. “Tumaco”, mi libro infantil, parte de algo real. “Madre”, igualmente, parte de estar en un lugar, en un contexto específico y haber conocido a mujeres que vivían en unos entornos supremamente complejos.
Borges tiene esa frase fabulosa: “toda historia es autobiográfica”. Es decir, toda historia parte de un momento vital concreto, aunque al lector no le interesa tu vida. Al lector le interesa esa otra parte de la creación. En ese sentido es muy interesante lo que dice Hans Christian Andersen. Andersen basa todas sus historias en los traumas que vivió, pero no nos los presenta como traumas, sino que los filtra y los pasa por el talento y el trabajo artístico, así construye “El patito feo”, “La sirenita”, todas esas tragedias que tuvo él mismo. Al lector no le interesan las tragedias de un ser humano a cuestas. Le interesa que haya algo tejido con las herramientas del arte.
Ahora, lo de incluir al final el dato sobre la casa que he ido construyendo fue un gesto totalmente desenfadado. Estando en esa casa de piedra, construyéndola, levantándola, la imaginación y la creatividad surgen. Construir una casa, para mí, es igual que hacer una novela. Y cuando tú estás en ese proceso, vas buscando elementos recursivos para ver cómo solucionas un problema de la casa: cómo resuelves el problema de la estructura, cómo resuelves el problema de los techos o de las paredes, y yo creo que lo mismo ocurre cuando escribimos una historia. Estamos resolviendo problemas sobre los personajes, sobre las atmósferas, sobre los escenarios y la estructura en general. Una casa y una historia deberían partir de propuestas profundamente creativas e imaginativas.
Al tratar de hacer un mapeo de las referencias detrás de “Vereda”, uno piensa en una novela gráfica que hace parte de su biblioteca personal: “Aquí”, de Richard McGuire, recientemente llevada al cine por Robert Zemeckis. En ese experimento narrativo de McGuire veo un punto de contacto con “Vereda”: la relación intrínseca entre el personaje y la casa, y la casa misma como un personaje del relato. ¿Hasta qué grado influyó “Aquí” en la hechura de la novela?
Yo creo que sí hubo un influjo, aunque no directo. Cuando leí el cómic de Richard McGuire, indudablemente me sorprendió y me encantó, porque a mí me suele gustar lo que está construido de una manera distinta. “Aquí” ni siquiera es la historia de una casa en su totalidad, sino de una parte de la casa, y vamos recorriéndola a lo largo del tiempo. Cuando hablo del tiempo me refiero a millones de años atrás.
Esa propuesta tan generosa, creativa, tan amplia e imaginativa, desde luego que me tocó, y desde luego que de forma inconsciente e implícita me estuvo diciendo durante la escritura del libro: "Por aquí es". Suelo dejarme llevar por ese tipo de intuiciones que están alimentadas por mis lecturas.
Otro elemento importante en la novela son las manchas. ¿Tuvieron algún origen concreto durante la escritura del libro?
Las manchas surgen del asombro que tengo por otro cómic, por otro personaje de cómic, que es Rorschach, el que investiga los asesinatos de los superhéroes en “Watchmen”, la novela gráfica de Alan Moore y David Gibson. Ese personaje psicópata, sociópata, enfermo, cubierto por una máscara cuyas manchas empiezan a moverse constantemente, me inquietaba.
Esa inquietud se develó aún más cuando fui a ver quién era en la vida real Rorschach. Resultó ser un doctor suizo y el inventor de un test que lleva su mismo nombre y que se practica a las personas en terapia psicológica y psicoanalítica. Rorschach inventó este método de análisis porque él era pintor, era artista. De hecho, en el colegio le tenían un apodo: Mancha de tinta. Eso tan visual quise usarlo en la novela y poco a poco fue encontrando camino en la historia.
Las manchas del test de Rorschach se complementan en el libro con los sueños y las pesadillas, un tema central del psicoanálisis. En concreto, las pesadillas van articulando una parte de la narración: son una forma de torturar a los habitantes de la vereda. ¿Cómo la pesadilla terminó teniendo ese peso en la historia?
Pensé en esas pesadillas para ir más allá de lo que vemos a diario, porque la vida real en nuestro país es peor que una pesadilla. Una masacre es peor que una pesadilla, o es una pesadilla en vida. Es una realidad atroz y es terrible y está controlada por la oscuridad. Por eso opté por que fueran pesadillas, para entender qué fue lo que ocurrió en esa vereda, que puede ser una vereda en Colombia, pero también en el Perú, en África, en cualquier otro lado donde la violencia se desborda y toca a sus habitantes.
También acudí a la pesadilla porque es lo más interno y oscuro de nosotros cuando dormimos, cuando estamos en reposo, cuando el inconsciente deambula en nuestro diario vivir.
Y detrás de la pesadilla está el miedo. Hay un pasaje en que el protagonista reflexiona sobre el mismo: dice que el miedo no radica en la posibilidad de dejar de vivir, sino en cómo morir, en cuánto sufrimiento habrá para ese momento. De hecho, en la FILBo usted participó en una charla con la crítica uruguaya Mabel Moraña enfocada en el miedo, en la dimensión política de los monstruos que creamos. En todo este tiempo, ¿qué ha aprendido del miedo?
Cuando el miedo viene de obras de ficción es una maravilla, porque podemos escapar de los monstruos o de los personajes macabros que existen en la ficción. Basta cerrar el libro o apagar el televisor. Pero cuando el miedo viene de la realidad es terrible, es demoledor. Yo lo experimenté en provincia, cuando viví el miedo de que llegaran a mi habitación a patear la puerta, tumbarla, sacarnos y llevarnos y matarnos. El peor miedo es el de temer que te quiten la vida de manera violenta, que te humillen, que te pisoteen.
Al final, la literatura hace posible que un lector experimente lo que vive otro personaje en otro lugar del mundo, que se ponga en los zapatos de alguien más. Y cuando nos ponemos en los zapatos de alguien que está en una casa a medio hacer en la noche y llegan a tumbar la puerta para sacarlo y matarlo, hay que entender ese miedo y hay que compartir esa humanidad. Y si uno comparte esa humanidad, entiende el problema, y si uno entiende el problema, humaniza, no olvida.
La madre de Jorge Isidro le dice en un momento del libro: “Solo en una casa se puede estar a salvo”. En Colombia, según un estudio de este año hecho por el BBVA Research, se vive más en arriendo que en cualquier otro país latinoamericano. La novela también permite una reflexión sobre la creciente dificultad de tener una vivienda propia en el tercer mundo.
En un país donde todo se ha construido de la manera más violenta y donde no es permitido ni siquiera tener trabajo porque es un lujo, impedir las condiciones para comprar una casa es violentar a los ciudadanos. Lo mínimo que debe tener un ser humano es un lugar donde vivir, una casa, su propio espacio donde construya su red, donde construya su memoria, donde se resguarde y donde pueda vivir de una cierta manera sus alegrías y también sus desgracias. Pero lo que ocurre en nuestro contexto es que ni siquiera te dan el espacio para construir tu lugar, y cuando lo construyes te lo roban, te matan y te desaparecen, te quitan los papeles, te quitan las escrituras. Ese es el peor rasgo de una sociedad violenta, que quiere controlarlo todo.