Al igual que “La siempreviva” o “Labio de liebre”, la nueva obra de teatro de José Luis Mondragón, “La visita”, se une al coro de obras teatrales que han narrado los estragos de la guerra en Colombia desde la cotidianidad familiar. Esta es una pieza sobre la ausencia, el silencio y la necesidad de recordar lo que el país insiste en olvidar.
Por: Mónica V. León
Las personas que asisten a “La visita”, la obra más reciente del director José Luis Mondragón, que se presenta por estos días en Casa Kilele con el grupo Teatro Al Alba, tienen la puerta abierta a la casa familiar de doña Ángela, su hija adolescente Violeta, su pequeño hijo Manuel y el padre ausente.
En medio del conflicto armado interno que ha vivido Colombia durante más de 60 años, Manuel y Violeta crecen en Bogotá con su abuela y luego con su madre, rodeados de preguntas y silencios que, durante una hora y treinta minutos, comparten con el público mientras preparan una agua de panela para compartir con la visita.
La historia de doña Ángela y su familia es la de miles de colombianos desaparecidos o asesinados en esta guerra, contada también desde otras piezas teatrales como “La siempreviva”, “Labio de Liebre” o “Victus”.
Mondragón, que también ha dirigido “A-dicto”, ganadora del estímulo Es Cultura Local de IDARTES, y que actualmente lidera el Laboratorio de Entrenamiento Integral con el que fue
ganador de la Residencia Territorios Flotantes del Espacio La Barca en 2023, logra en “La visita” crear intimidad entre quienes asisten y quienes protagonizan la obra.
“Este es el resultado de un proceso de creación colectiva en torno a la investigación ‘La Guerra que no vivimos: palimpsesto familiar’, que ahonda en la memoria de quienes tenemos inscrito el conflicto armado en la memoria de nuestras familias, a través de sus relatos y silencios”, explica el director.
Una invitación a repensar el dolor de la ausencia, que es el dolor del vacío: un espacio en el que deja de estar algo o alguien a quien empezamos a olvidar. Olvidamos, por ejemplo, cómo era su risa o su voz, o si prefería el chocolate con leche o sin ella.
Ese espacio está lleno de preguntas y de “hubieras”. Ciento y un mil formas diferentes de que, en nuestras fantasías, hubiera ocurrido todo para, ahora, no sentir el dolor de la ausencia, en un país que es una gran ausencia, hastiado del dolor del vacío. Adormecido. Por eso el olvido es, y ha sido desde hace mucho —no sabemos cuánto—, nuestra forma de lidiar con esto. Un olvido parecido a la impunidad y marcado por el silencio que se ha conseguido a fuerza de la desaparición, el desplazamiento y la muerte.
“La trama de la obra es también la nuestra, la de Colombia, la de esta permanente imposibilidad de nombrar lo que más nos duele”, dice el director, que además es magíster en Construcción de Paz.
Esta pieza nace de las preguntas sobre los silencios y las heridas de una guerra que no termina de acabar. No solo porque perdure en el tiempo, sino porque seguimos callando los dolores del vacío. ¿Cuándo se instauró el silencio como bandera para lidiar con esos dolores? No es preciso, pero “La visita” de Mondragón nos invita a avanzar en el diálogo para, ojalá algún día, dejar de callar y vivir otras posibles realidades.