Por: Aiden Salgado Cassiani
Profesor, líder palenquero y activista.
Miembro del CONAFRO, del CEUNA y CENPAZ.
La siempre querida y recordada senadora del pueblo, Piedad Córdoba Ruiz, nos ha dejado. En el contexto de esta lamentable pérdida, el señor presidente, Gustavo Petro, lanzó la propuesta al país de la construcción de un partido único. El fin supremo de esta iniciativa es mantener las elecciones presidenciales de 2026 y, con ello, continuar el proceso de cambio que se inició en Colombia al ganar las elecciones presidenciales, junto a la vicepresidenta afrocolombiana Francia Márquez. Para algunos, fue una sorpresa que, a dos años y algo más de su mandato, el presidente estuviera planteando esta iniciativa, y más aún, la fusión que no puede ser entendida como una unión mecánica de las fuerzas progresistas que se juntaron en el Pacto Histórico y dieron como resultado el primer gobierno popular en la era republicana de nuestro país. Para otros, es natural que se vuelvan a reagrupar con el mismo fin electoral.
El hecho generó una serie de debates entre las fuerzas políticas y líderes del espectro nacional, donde se escucharon diversas interpretaciones: desde aquellos que ven la fusión como necesaria para mantener el cambio, hasta otros que plantean que, debido a lo vericuetos en el funcionamiento de los mecanismos electorales de nuestro país, la articulación realizada en las pasadas elecciones presidenciales y parlamentarias no es posible jurídicamente. Se ha dicho también que los partidos deben dejar su personería jurídica que los faculta para tener candidatos propios; otros rechazan esa tesis. Lo cierto es que este debate ha comenzado y tiene suficientes razones para generar un remezón en el sistema electoral y político nacional. Un debate que está suspendido por el también importante debate de la elección de la Fiscal General de la Nación.
En ese debate del partido único, las comunidades afrocolombianas, negras, palenqueras y raizales tienen mucho que decir y aportar, así como las comunidades indígenas, no solo porque en este gobierno han tenido mayor protagonismo tanto en la configuración de imaginarios, a través de la visibilización de sus miembros en grandes cargos de forma sorpresiva y abrumadora, sino también por las macroinversiones que se realizan en sus territorios para resolver problemas que, en más de 200 años, los que gobernaron nunca tuvieron ni tienen la intención de solucionar. Ejemplo de ello son los días en que el presidente Petro y la vicepresidenta Márquez, junto con sus ministros y equipo, gobernaron una semana en La Guajira y otra en el Litoral Pacífico, dejando proyectos de inversión de grandes obras, lo que muestra el interés por mejorar la condición y calidad de vida de los grupos étnicos del territorio nacional.
En este debate, estoy convencido de que hay que buscar la manera de mantener la presidencia y aumentar el número de parlamentarios, pero no de forma meramente electoral. Hay que realizar cambios profundos y rápidos que permitan resolver problemas al ciudadano de forma efectiva y rápida. Los reajustes en la ejecución presupuestal tienen que ser una prioridad. El trato en las instituciones gubernamentales debe ser ejemplar, en especial la relación entre directivos y empleados, siempre con respeto. Cada día hay que levantar más alto la bandera de la anticorrupción, generar más empleo e inversión social. El ejercicio del poder debe ser más democrático y participativo para todas las capas de la sociedad, en especial las que apoyan el cambio. Estos reajustes son hoy necesarios, no solo en los días de las elecciones.
Ahora bien, en cuanto al ejercicio de la mecánica electoral, pienso que, independientemente de los vericuetos jurídico-electorales, el Pacto Histórico debe dirigirse a conformar diferentes estadios de agrupación, donde el mayor debe ser una especie de frente amplio que incluya los diferentes partidos políticos, fuerzas políticas, sectores sociales, poblaciones étnicas y otras figuras organizativas e individualidades que estén, por la decencia, en contra de las viejas prácticas de una élite y sus partidos que han carcomido la ética y moral del país y son responsables de la crisis nacional de valores, de la podredumbre de ser una de las naciones más violentas y desiguales, con altísimos índices de pobreza y concentración del poder político-económico en pocas familias, un país con relaciones de la mafia narco-paramilitar con la política y el poder económico.
Volviendo a la configuración del Pacto Histórico, cada una de las fuerzas e individuos participantes, desde sus particularidades, puede aportar su granito de arena con reglas claras de funcionamiento, sin egocentrismo ni imposición, sin vacas sagradas, sin privilegios que menoscaben otros procesos o compañeros. Este debe ser un ejemplo no solo por la cantidad de fuerzas y componentes que represente o pretenda representar, sino también por sus acciones en pro de la composición social de nuestro país, con sus riquezas sociales, territoriales, poblacionales y ambientales, entre otras cualidades que poseemos como nación.
La participación de las comunidades afrocolombianas, negras, palenqueras y raizal debe orientarse a catalizar aquellos cambios sociales largamente esperados, cambios que durante más de dos siglos de república, el poder establecido ha fallado en implementar. Sin embargo, es de notar que aún existen individuos dentro de las comunidades negras e indígenas que, por razones propias, eligen permanecer alineados con aquellos a quienes me atrevo a denominar opresores por sus acciones. Aunque sus perspectivas no se alinean con el proyecto transformador del Cambio, su postura merece respeto bajo los principios de democracia y legalidad. Nuestro enfoque principal debería ser el establecimiento de reglas claras que guíen nuestra participación en el movimiento que el presidente ha convocado para asegurar la continuidad del cambio.
Dentro de la diversidad de personas y procesos que conforman las comunidades ya nombradas, se encuentran intereses variados. Estos van desde aquellos que se identifican con los opresores a pesar de la pobreza y exclusión en nuestros territorios, hasta quienes consideran que la lucha contra el racismo y la discriminación racial es suficiente para lograr un cambio. Otros, como yo, creemos que el racismo es solo uno de los muchos retos que enfrentamos, un reto que no se puede superar sin desmantelar las estructuras de dominación económica inherentes a una sociedad estratificada por clases sociales. Esta compleja realidad debe ser tenida en cuenta al configurar un frente amplio que integre la más amplia gama de grupos políticos, sociales, étnicos e individuos.
El llamado final es a reorganizarnos, incrementando nuestras probabilidades de éxito. Para ello, señor presidente, es crucial, además de atender las necesidades cotidianas de la población, fomentar el debate político que permita el consenso y el disenso en un ambiente de unidad. El compromiso social es el camino hacia el éxito político y electoral, reconociendo y abrazando nuestras particularidades que, colectivamente, se convierten en fortalezas. Así forjaremos un frente nacional anti-racista, anti-clasista, anti-opresor, defensor de la diversidad de género y otras diversidades, que liberen al individuo y propugnen por una sociedad que preserve la especie humana, por un país de gente decente.
Desde el Palenque, un Cimarrón todavía.