Por: Aiden Salgado Cassiani
Lo sucedido en el consejo de ministros del 15 de julio de 2025 —cuando el presidente de la República, Gustavo Petro, pronunció la frase “a mí nadie que sea negro me va a decir que hay que excluir a un actor porno”— fue un hecho que sacudió la prensa y las redes sociales, colocando en el centro del debate nacional el tema racial en el país. La repercusión fue aún mayor por tratarse del jefe de Estado.
Hoy debemos reconocer que el presidente Petro cometió un error y protagonizó un acto de racismo. Este tipo de expresiones es lo que desde el Colectivo de Estudiantes Universitarios Afrocolombianos (CEUNA), desde 2004, denominamos racismo inconsciente. El propio presidente lo reconoce, aunque a regañadientes, en su publicación del 19 de julio.
Ese reconocimiento debió ser más enfático, para no dejar dudas sobre su talante democrático y antirracista, tal como lo demuestran varias de las acciones del gobierno del cambio en favor de la población negra y sus territorios: el respaldo a la creación del Ministerio de la Igualdad, las inversiones en los territorios negros del Pacífico y el Caribe, el acceso de personas negras a cargos medios y altos dentro del gobierno, su visita a Haití y la apertura de la embajada en dicho país, entre otras medidas. No obstante, reitero que estas acciones, aunque valiosas, siguen siendo insuficientes frente a las necesidades históricas de nuestras comunidades.
Aclaro que no escribo estas líneas para defender al presidente; él sabrá hacerlo y tiene asesores para ello.
Lo cierto es que este suceso me impulsa a retomar una discusión que vengo planteando desde hace casi tres décadas: el debate sobre la cuestión negra dentro de la izquierda colombiana. Este debate se profundizó con el surgimiento del CEUNA, del cual hizo parte el hoy precandidato presidencial Alí Bantú Ashanti. En ese entonces, teníamos plena conciencia de que necesitábamos herramientas para enfrentar los debates tanto al interior de la izquierda como en el llamado movimiento social afrocolombiano.
Por eso, en CEUNA impulsamos una escuela de formación rigurosa. Recuerdo aquella noche en que amanecimos debatiendo y leyendo el libro Amílcar Cabral: ensayo de biografía política, de Mario de Andrade, junto a Alí Bantú, Ana María Valencia y una persona más. En ese texto se explica cómo Cabral diseñó toda la estrategia para fundar el Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC), que lideró la revolución en Guinea-Bissau y Cabo Verde. A partir de esas lecturas realizamos profundas reflexiones para adaptar el pensamiento marxista a un país como Colombia, con una diversidad cultural similar a la de aquel territorio africano.
La formación en CEUNA era fundamental para asumir el reto que nos habíamos propuesto: llevar al seno del movimiento estudiantil el debate sobre la cuestión afrocolombiana o negra, y al interior del movimiento negro, el debate sobre la izquierda. Desde nuestro nacimiento, lo dijimos sin titubeos: éramos una organización estudiantil afrocolombiana y de izquierda radical, que comprendía el binomio clase-raza-etnia.
Estos debates los asumimos de frente, sin coyunturalismos, sin convencionalismos, sin oportunismos. Y conscientes de ello, sabíamos que debíamos leer —y leer mucho de verdad— para no caer en el cliché en el que han terminado muchos líderes afro: sin leer ni a la izquierda ni a los líderes negros o afros marxistas, se limitan a decir: “yo no soy ni de izquierda ni de derecha”. Sobre esto profundicé en un artículo anterior titulado La afro izquierda: un debate necesario.
Hoy podríamos hacer un balance y preguntarnos si ese debate fue exitoso o no. Ustedes sacarán sus propias conclusiones. Por mi parte, me atrevo a decir que las palabras pronunciadas por el presidente, la reacción pública y el papel que desempeñan los afros en este gobierno ya nos dicen algo. Cuando asumimos el compromiso de llevar este debate al seno de la izquierda, lo hicimos con pleno conocimiento de que esta —al igual que el resto de la sociedad colombiana— es racista, por acción o por omisión, pues no es más que un producto de una sociedad estructuralmente racista.
Para reafirmar esta postura crítica frente al progresismo, es necesario analizar cómo se han constituido los partidos o movimientos de izquierda en América, y particularmente en Colombia. Sus tesis fundacionales giraban en torno a la lucha de clases y a la cuestión campesina. La cuestión negra, simplemente, no estaba presente en sus contenidos. Esta omisión se transmitió de generación en generación hasta nuestros días.
Esto no significa que no hayan existido personas negras en las principales gestas de la izquierda. Todo lo contrario: allí estuvieron, aunque invisibilizadas. Basta con mirar ejemplos como la masacre de las bananeras, el Bogotazo, los paros cívicos de los años 70, o la conformación de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), donde participó el palenquero Basilio Pérez. Lo mismo puede decirse de los contingentes guerrilleros vistos en la “audiencia negra” en las negociaciones del Caguán. También podríamos revisar la composición de muchos sindicatos del país y encontraremos una presencia negra constante.
Pero, y esto es fundamental, esa presencia corporal no implicaba necesariamente un discurso negro, afrocolombiano, raizal o palenquero. No había una agenda propia étnica en esos espacios.
Desde CEUNA nos atrevimos a confrontar esa realidad en el movimiento estudiantil, conscientes de que debates cruciales —como los que sostuvo Trotsky, líder de la Revolución rusa, con C. L. R. James, considerado padre del marxismo negro— no se habían dado en Colombia o, si se dieron, no tuvieron la repercusión que sí alcanzaron en Estados Unidos. No obstante, sabíamos que era necesario abrir esos espacios de discusión, especialmente en torno a la cuestión negra dentro del proletariado y en las decisiones estratégicas del Partido Comunista o los partidos de izquierda.
Consciente de ello, en el nacimiento de la Federación Nacional de Estudiantes Universitarios de Colombia (FEU), realizado en Barranquilla los días 8 y 9 de julio de 2005, impulsamos —junto a otros estudiantes negros— la creación de una Secretaría de Asuntos Afrocolombianos, como parte de los órganos de dirección de esa naciente organización. Tuve el honor de ser su primer secretario.
De manera similar, lo hicimos en Marcha Patriótica, cuando promovimos la creación de la Coordinación Nacional de Organizaciones y Comunidades Afrodescendientes (CONAFRO) en el año 2014.
A nivel internacional también logramos abrir espacios de discusión sobre la afrodescendencia. Junto a delegaciones estudiantiles y juveniles de diferentes partes del mundo, logramos incluir este tema en el XVI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, celebrado en Caracas, Venezuela, del 8 al 15 de agosto de 2005. De igual forma, con el movimiento social afrodescendiente de las Américas y el Caribe —liderado por la Articulación Regional Afrodescendiente de América Latina y el Caribe (ARAAC)—, conseguimos que la cuestión afrodescendiente fuera incluida en la declaración final del Foro Social Mundial (FSM) realizado también en Caracas en 2019.
Ahora bien, este análisis que vengo proponiendo debe realizarse tanto al interior del movimiento afrocolombiano —sobre su relación con la izquierda— como en el seno de la izquierda misma, respecto a la cuestión negra. Tal como lo sostuve en mi artículo anterior, se hace urgente una reinterpretación del marxismo dialéctico, no como dogma, sino como una categoría de análisis contextual.
El tema negro, al igual que el de género, no fragmenta ni divide la lucha de clases dentro de las agendas de los movimientos de izquierda o progresistas; por el contrario, la amplía, la enriquece y la contextualiza en sus entornos históricos y sociales. Se avecinan grandes batallas, y contar con ese segmento poblacional afro —que representa cerca del 10% de la población— es una necesidad impostergable para continuar profundizando el proyecto de cambio.
Por ello, celebro y doy la bienvenida a la precandidatura del camarada Alí Bantú Ashanti en el seno del Pacto Histórico. Conozco bien sus cualidades y su capacidad para profundizar estos debates.
A 66 años de la Revolución Cubana, la cuestión negra sigue sin resolverse del todo. Recomiendo la lectura del libro Revolución cubana vs racismo, que ofrece una reflexión valiosa sobre este tema pendiente.
Desde el palenque, un cimarrón todavía.