Por: Alejandro Chala
La siguiente escena es potente. Mientras Efraín Cepeda intentaba calmar los ánimos enardecidos entre progresistas y opositores, que se transaban en gritos, arengas y algarabías y evitaban que Daniel Carvalho hiciera su última intervención por parte de la oposición en el discurso inaugural de la cuarta legislatura del Congreso, las cámaras de Canal Institucional y de la Presidencia de la República enfocaban a Gustavo Petro y su comitiva, en la que estaba en primera fila Armando Benedetti (MinInterior), Angie Rodríguez (DAPRE) y Alfredo Saade (Jefatura de Despacho), caminando de espaldas hacia la Casa de Nariño. A sus lados, una fila de soldados de la Guardia Presidencial, formados con bayonetas y portando el clásico uniforme de estilo prusiano. De fondo, la fachada del palacio presidencial con cuatro banderas de Colombia izadas de forma vertical y sostenidas desde el suelo hasta el techo. El mensaje quedaba claro.
Fuente: Canal Institucional
En medio de la disputa entre cifras, datos, afirmaciones sobre la democracia y los gritos de parlamentarios y asistentes a la instalación del Congreso, queda algo claro: se están formando dos grandes bloques políticos que se disputarán la vida política nacional en los próximos años, en un momento donde el país se encuentra en una fase transicional que aún no termina por asentarse, que empezó en 2016 con las negociaciones de paz con las FARC y que explica en gran medida la forma como el antagonismo político se ha exacerbado en expresiones verbales más fuertes entre uno y otro sector.
Estos dos bloques políticos que están tomando forma representan con claridad las tensiones entre dos formas de interpretar los problemas sociales dentro del marco capitalista y de la democracia liberal. Por un lado, los discursos progresistas giran en torno a cómo resolver la desigualdad social y ampliar los derechos en nombre de la justicia social. Por otro lado, se agrupan perspectivas que priorizan la estabilidad sistémica: la preservación del orden institucional, el funcionamiento del libre mercado y la gobernabilidad como condiciones para la cohesión social.
Esto es importante, porque estos bloques políticos están representando ahora mismo dos modelos de país diferentes y dos concepciones de la democracia que han entrado en abierta pugna, en una disputa que resulta, en últimas, fundacional y determinante para el futuro del orden político y social.
Por una parte, el bloque progresista busca promover transformaciones estructurales que respondan a las demandas de cambio expresadas por diversos sectores sociales durante los estallidos de 2019 y 2021. Por otra parte, el bloque opositor, bajo un discurso centrado en el riesgo, el caos y la amenaza de colapso, defiende un modelo económico y social que considera en peligro, al percibir que estas transformaciones podrían desestabilizar el orden institucional vigente y comprometer la continuidad del sistema liberal-democrático tal como lo conocemos.
Desde allí es que se debe interpretar el contrapunteo en el discurso entre Efraín Cepeda y el presidente Gustavo Petro. El reconocimiento que Cepeda se hace sobre sí mismo como garante y defensor de la democracia y del sistema de pesos y contrapesos viene de allí, de la interpretación de que el modelo liberal está en riesgo por la llegada de un gobierno populista de tinte progresista.
El discurso de Petro, por el contrario, tiene un carácter fundacional, no solo porque el discurso que dio con datos y cifras de éxito busca ser el primer ladrillo en la construcción narrativa de su legado y el mito fundacional del progresismo desde 2026 en adelante, sino porque también quiere señalar que la idea de democracia, como la conocemos, ha estado distorsionada, alterada y ha sido inaplicable debido a la violencia, al narcotráfico, a la corrupción y a su transgresión.
Por eso, la escena inicial no es solo anecdótica: está cargada de sentido. Simboliza que los actores políticos —y los bloques que representan— han asumido plenamente su antagonismo. Ya no buscan un gran Acuerdo Nacional; ese horizonte se ha desdibujado. En su lugar, se preparan para una disputa frontal por el rumbo del país, con la conciencia de que lo que está en juego no es sólo la elección de 2026, sino el modelo de país que regirá durante la próxima generación política. Así como el triunfo de Álvaro Uribe en 2002 marcó el inicio de un ciclo que dominó la política durante dos décadas, hoy estamos presenciando los temblores fundacionales de otro proyecto histórico que intenta ocupar ese lugar.