Por: Dumar A. Jaramillo-Hernández
En abril de este año Richard Conniff publicó, bajo la prestigiosa editorial de Massachusetts Institute of Technology - MIT, su libro titulado: “Ending Epidemics: A History of Escape from Contagion” (Poner fin a las epidemias: una historia de escape del contagio). En resumidas cuentas, este libro reúne una serie de acontecimientos históricos sobre cómo los científicos salvaron a la humanidad de las enfermedades infecciosas más mortales y qué podemos hacer para prepararnos para futuras epidemias.
Por supuesto, el hecho de habitar un mundo sin consciencia colectiva (donde todas las vidas importen); genera un proceso de presión de selección genética agresiva en todas las especies vivas y no vivas (un ejemplo de las no vivas son los virus), que establecen mecanismos de interacción constante entre estas. Acción que desencadena la infección (exposición) y posterior enfermedad; sin embargo, hoy gracias a la ciencia, se ha duplicado la esperanza de vida en nosotros.
Este libro introduce al lector desde abril de 1676, cuando Anton van Leeuwenhoek, padre la micromorfología y descubridor de los espermatozoides, abrió una nueva puerta de la biología al utilizar lentes para visualizar “lo invisible” (agentes microscópicos). Hasta 1978, año de registro de la última víctima de viruela, recordando que para la década de 1980 esta fue la primera enfermedad erradicada del mundo (cese total de la transmisión de la infección). Posteriormente desglosa una inferencia: “The mortality revolution” (la revolución de la mortalidad), donde demuestra la transformación dramática no solo en nuestra longevidad, sino también en el carácter de la infancia, la vida familiar y la sociedad humana.
En palabras de la prestigiosa agrupación científica Nature: “Richard Conniff relata los momentos de inspiración e innovación, décadas de obstinada persistencia y, por supuesto, períodos de terrible sufrimiento que incitan a individuos, instituciones y gobiernos a actuar en nombre de la salud pública. Las estrellas de la ciencia médica aparecen en este drama, pero figuras menos conocidas también juegan un papel fundamental. Y si bien la historia de la teoría de los gérmenes es fundamental para esta historia (donde las enfermedades se relacionan a la presencia de agentes infecciosos), terminar con las epidemias también describe la importancia de todo, desde las mejoras sanitarias y el descubrimiento de antibióticos hasta el desarrollo del microscopio y la jeringa, tecnologías que ahora damos por sentadas.” Este libro es poesía para los positivistas empedernidos, aclaro que el positivismo es la corriente filosófica que sostiene que el conocimiento científico es un conocimiento auténtico, verificable.
Para que podamos entender la magnitud de los avances científicos en pro de la calidad de vida: en 1900, una de cada tres personas moría antes de los cinco años. Para el año 2000, esta tasa de mortalidad se redujo a una cada 27 personas en países empobrecidos, y una cada 100 en los países ricos. Esta situación ha sido mal interpretada por algunos sectores minoritarios de opinión, donde se expresa un estado de invulnerabilidad humana, originando por los movimientos anti-vacunas. Por supuesto, al respecto, hace poco escribí la columna de opinión “Vacunarme o no vacunarme: el absurdo dilema” (https://revistaraya.com/dumar-a-jaramillo-hernandez/219-vacunarme-o-no-vacunarme-el-absurdo-dilema.html), donde doy un panorama pragmático indiscutible de los aportes de la vacunología a esta “revolución de la mortalidad”.
Esta introducción es importante para desagregar el título de la presente columna de opinión, donde únicamente me referiré desde los saberes ancestrales al uso de plantas medicinales para el tratamiento de enfermedades (los fitopreparados). Aunque la Organización Mundial de Salud (OMS) ha proferido recomendaciones para buscar alternativas terapéuticas de diversas enfermedades, especialmente las de origen infeccioso (ej., antibacterial, antivirial, antimicótico, antiparasitario); alternativas que deben estar enfocadas en el contexto de los pueblos donde juegan un papel preponderante los reportes etnofarmacológicos (estudio de las acciones y propiedades de los medicamentos, generalmente derivados de plantas, autóctonas para poblaciones o etnicidad).
Estas mismas alternativas terapéuticas que pueden nacer desde la sabiduría de los pueblos deben ser validadas científicamente para tener la certeza de sus efectos benéficos y posibles efectos deletéreos — recordemos una de las conclusiones de Paracelso, el médico alquimista, que en el siglo XVI hizo la primera descripción clínica de una de las enfermedades venéreas más agresivas de la época, la sífilis, y utilizó una serie de preparados de metales pesados (ej., Plomo) para tratar dicha enfermedad: "Todo es veneno y nada es veneno, sólo la dosis hace el veneno".
Y es que René Descartes con su libro “Discurso del método para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias”, desde 1637 nos invita a validar científicamente un fenómeno apreciable, en este caso: validar a través del método científico la posibilidad de que fitopreparados utilizados ancestralmente ayuden a prevenir o tratar enfermedades. En ese camino, encontrar otros efectos de esos fitopreparados en los organismos, desde asociaciones positivas para la vida, como eventos inesperados adversos (es decir, tóxicos).
No se trata solo de tomar la sabiduría ancestral y extrapolarla a las condiciones actuales de la “civilización” justificados en el respeto por las creencias. Por supuesto que las tradiciones ancestrales son valiosas y representan a los pueblos autóctonos de cada región, y debemos salvaguardar su cultura. Desde la visión positivista, se trata de interrelacionar estas tradiciones culturales terapéuticas (etnofarmacología) con los principios científicos que han comandado la evolución de la ciencia que tiene hoy en día la certeza de haber duplicado la esperanza de vida promedio en nosotros. Aplicar el método científico para validar un fitopreparado es un llamado imperante de la salud pública.
En Colombia el Ministerio de Salud a través del Decreto 1156 del año 2018 trata de establecer una reglamentación que actualice la regulación en productos fitoterapéuticos, incorpore nuevos referentes internacionales, y simplifique el procedimiento de obtención de registro sanitario, su renovación y modificación, a través del Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (INVIMA). Es decir, bienvenidos todos los saberes ancestrales, en especial los derivados del uso de nuestra flora, pero con la debida validación científica que demuestre que sean verificables sus propiedades medicinales y se conozcan sus posibles efectos adversos sobre el organismo.
Lo anterior es un llamado al Gobierno central de turno para que dentro de sus dos misiones “bioeconomía y territorio” y “autonomía sanitaria” establecidas en su Plan Nacional de Desarrollo, “Colombia, potencia mundial de la vida” 2022 – 2026, donde propende por aprovechar el conocimiento de la biodiversidad, y garantizar la salud de la población, respectivamente, acate los llamados históricos de la ciencia alrededor de establecer procesos y procedimientos científicos en el uso y masificación de los saberes ancestrales en el tratamiento de enfermedades; de lo contrario, dejando rienda suelta a las tradiciones culturales terapéuticas se generaría la base perfecta para la involución del bienestar poblacional y la salud pública nacional.