Por: Gustavo García Figueroa
Exviceministro General del Interior
La decisión del Gobierno Nacional de adquirir la empresa Monómeros no es solo un movimiento económico estratégico: es un acto político de profundo alcance. Esta operación, liderada por el ministro Edwin Palma, representa un paso decisivo hacia la soberanía alimentaria, la reducción del costo de los agroinsumos y la consolidación de un modelo productivo nacional con sentido social y ambiental.
Durante décadas, Colombia ha estado sujeta al vaivén de los mercados internacionales para garantizar fertilizantes e insumos agrícolas. Dicha dependencia constituye un obstáculo estructural no solo para la competitividad de los pequeños y medianos productores, sino para su supervivencia, ante precios inaccesibles y barreras que vulneran su derecho a producir con dignidad.
La recuperación de Monómeros —empresa con capacidad instalada para cubrir buena parte de esa demanda— permite reducir costos, dinamizar la economía rural, generar empleo nacional y, sobre todo, poner el corazón productivo del país en manos colombianas.
Pero esta operación va más allá del campo económico. Monómeros puede convertirse en una plataforma para implementar políticas coherentes con los principios ambientales, sociales y de gobernanza, alineadas con las prioridades del Estado colombiano. Desde allí se pueden impulsar procesos de transición agroecológica, responsabilidad ambiental y justicia territorial, contribuyendo a la reforma agraria pactada en el Acuerdo de Paz.
Esta decisión coincide con un momento clave en la implementación de dicha reforma. Porque el acceso a la tierra, sin condiciones para producir, es una reforma incompleta. La producción nacional de insumos, con enfoque social, puede viabilizar el asentamiento digno de campesinos, comunidades étnicas y víctimas del conflicto armado. En otras palabras: Monómeros es una herramienta para la paz.
La medida adoptada por el gobierno del presidente Gustavo Petro se inscribe, además, en la tradición del pensamiento liberal progresista colombiano. Es una expresión moderna de lo que Gaitán llamó “la restauración moral de la República” y de la “Revolución en marcha” de López Pumarejo: justicia social, industrialización nacional y función social de la propiedad.
Por eso sorprende que sectores políticos y mediáticos intenten sabotear esta decisión con argumentos que terminan justificando injerencias extranjeras en los asuntos internos del país. Más grave aún, que celebren recortes en cooperación internacional o bloqueos que afectan directamente a los pueblos de Suramérica.
Detrás de esa retórica hay un proyecto: mantener a Colombia subordinada, fragmentada y sin capacidad para avanzar hacia su soberanía. En cambio, lo que propone la recuperación de Monómeros es fortalecer la producción nacional, dignificar el trabajo rural y construir un país dueño de su destino.
Esta decisión no es un capricho ni una maniobra ideológica. Es legítima, racional y soberana. Y se suma a avances como el reconocimiento del campesinado como sujeto constitucional de derechos, la reforma agraria integral, la nueva jurisdicción agraria y la creación de la Comisión Mixta Campesina como espacio de participación.
En última instancia, Monómeros es un mensaje claro: Colombia no renunciará a su derecho a producir, a su derecho a la paz ni a su derecho a decidir sobre su destino.