Por: Gustavo García Figueroa
Hablar de la Amazonia Colombiana es hablar de uno de los mayores tesoros estratégicos que posee nuestra nación. Un territorio inmenso, rico en biodiversidad, en agua, en recursos naturales y en cultura, que se constituye como pulmón, no solo de Colombia, sino de la humanidad. Sin embargo, esta riqueza se encuentra en el centro de un dilema que ha acompañado durante décadas el debate nacional e internacional: ¿cómo aprovechar sus recursos para generar desarrollo, sin destruir el equilibrio ambiental que garantiza nuestra supervivencia?
Las conclusiones alcanzadas en la COP16 dejaron claro que la respuesta no pasa por elegir entre economía y medio ambiente, sino por articular una estrategia de aprovechamiento sostenible que conecte las necesidades locales con las metas globales. La Amazonia no puede seguir siendo vista únicamente como un santuario intocable ni como una reserva inagotable para la explotación. Debe ser el punto de encuentro entre la preservación y la productividad ambientalmente responsable, en armonía con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que nos comprometen ante el mundo.
A pesar de que este es un asunto de álgido y reiterado debate, la realidad es que Colombia no ha logrado articular sus estructuras comerciales con la inversión pública y privada necesaria para transformar la Amazonia en la potencia que podría ser. Seguimos con un modelo que mira hacia el centro del país, olvidando que el sur tiene el potencial de convertirse en un eje estratégico de comercio, turismo y conectividad internacional.
La conexión de la Amazonia con el mundo pasa inevitablemente por la infraestructura. Terminar la construcción del puente que une a Caquetá con Putumayo no es solo una obra vial, es un paso para integrar regiones históricamente aisladas y abrirlas a nuevos mercados. De la misma manera, acelerar la construcción de la vía Pasto–Mocoa es más que una solución de transporte, es la llave para enlazar la Amazonia con los puertos del Pacífico, en especial Tumaco, y desde allí con el mundo. Esta misma infraestructura permitiría proyectar rutas hacia Lima, Perú, e incluso hacia Brasil mediante las conexiones fluviales que nos hermanan.
En este contexto, el reciente diferendo limítrofe con Perú debe ser entendido como un llamado urgente a la unidad nacional. La defensa de nuestra soberanía en las fronteras amazónicas no puede ser un asunto partidista ni regional, debe ser una causa de todos los colombianos. Solo con una política de Estado coherente y sostenida, que fortalezca nuestra presencia institucional y productiva en la zona, podremos garantizar que la Amazonia no sea escenario de disputas, sino de integración pacífica y ventajosa para nuestros pueblos.
La Amazonia no puede seguir siendo un tema de discursos internacionales sin acciones concretas. El futuro económico, ambiental y geopolítico de Colombia depende en gran medida de nuestra capacidad para integrar este territorio al comercio global sin poner en riesgo su equilibrio natural. Esto implica una política clara de coordinación entre departamentos, municipios, comunidades indígenas y campesinas, empresarios y el Gobierno Nacional.
Hoy, más que nunca, el sur de Colombia necesita una articulación real hacia el Pacífico. No es un proyecto de una región, es una misión nacional que debe sostener en los departamentos amazónicos una plataforma de desarrollo que no solo conecte carreteras y puentes, sino que también construya oportunidades para que la Amazonia deje de ser la gran promesa pendiente y se convierta en la potencia estratégica que Colombia necesita mostrar al mundo.