Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor de la Universidad del Rosario
@mauricio181212
‘Colombia es pasión’ fue una de las divisas vacías —como suelen ser las de marca país— con las que recientemente se nos promocionó. Y es cierto que esta nación sobresale por la pasión con la que desde hace unos años se vive la política, y por los grados de polarización que se ven en todos los segmentos sociales. Una expresión sintomática de lo anterior son las silbatinas en ciertos círculos sociales en contra de Gustavo Petro, que han alcanzado niveles preocupantes de agresividad, no sólo porque la política se esté convirtiendo en ingrediente de todo evento social para aniquilar a quien piense distinto, sino porque se normalizan las agresiones contra menores.
Recientemente se ha difundido un video de una mujer increpando a la familia del presidente en un parque de diversiones de Estados Unidos. La agresión tuvo lugar en un sitio público, con lo cual es evidente la intención de humillar y exponer a terceros, una desviada (por no decir repugnante) versión de la justicia por cuenta propia, que ni siquiera se detuvo ante la mirada aterrorizada de una menor que ha sido víctima en no pocas ocasiones de ataques. Un detalle que no debe pasar desapercibido es que la autora de la agresión registró con su teléfono el episodio, a sabiendas de que encontrará en las redes sociales, influenciadores de la oposición colombiana que la graduarán de heroína por su “valentía” por, supuestamente, increpar y llamar las cosas por su nombre. Dicho de otro modo, las redes de los políticos de la oposición, junto a los generadores de opinión digitales ofrecen estímulos para quienes agredan a contradictores políticos. A Martín Santos algo similar le ocurrió, salvo que en ese momento afortunadamente hubo un consenso (salvo en los sectores uribistas) respecto de la bajeza y los riesgos de que este tipo de agresiones se normalicen. Más recientemente, Daniel Quintero fue abordado en un avión e insultado como se ha vuelto costumbre. El Representante a la Cámara, Hernán Cadavid celebró el hecho etiquetándolo de sanción social, muestra de que un sector de la oposición ha abandonado su deber de confrontar con argumentos e ideas y celebrando las vías de hecho. Al congresista Inti Asprilla le sucedió algo similar en un restaurante delante de sus hijos. Lo anterior merece toda la condena, pues es una forma de macartismo que busca intimidar, perseguir, estigmatizar y castigar, incentivada por quienes han renunciado a la confrontación dialógica.
En el colmo del desespero por justificar el ataque contra la familia Petro, siguen repitiendo que no iba canalizado hacia la menor y que, incluso la agresora había tomado la precaución de quitarla de en medio (¡algo que hizo de forma violenta!). El recurso es tan absurdo y rebuscado como decir que cuando un victimario afecta la integridad de otro con una bala perdida es inocente porque no iba dirigida. Abordar a una persona públicamente para humillarla es una forma injustificable de violencia, y si en medio hay menores de edad, es un agravante, vayan dirigidos los insultos en su contra o no. No hay atenuante, ni forma de excusar o incluso admirar el gesto. Un exministro de justicia, Wilson Ruíz, aprovechando la coyuntura y como muestra de que para algunos abogados la justicia es sinónimo de proceso, juzgado, procedimiento, norma escrita, etc., trinó exigiendo a Gustavo Petro que dejara de “instrumentalizar a su familia” y recordando que la Fiscalía no tenía competencia. Preocupante que en Colombia los juristas defienden la llamada “condena social”. Nos hacen pensar, como suele decirse en el léxico de las redes sociales, que estamos a “dos tostacos” de que legitimen la muy mal llamada “justicia a mano propia” en nada emparentada con la justicia sino con la venganza. En el trino de Ruíz queda en evidencia el desprecio por la hermenéutica, la pluralidad y por un debate reconociendo la legitimidad de quien contradice sin buscar su aniquilación.
No se puede cerrar esta columna sin recordar otro recurso muy de moda, “¿por qué condenan ahora, si antes callaban?”. El autor del texto ha condenado explícitamente en sus redes sociales los ataques contra Iván Duque en una calle de La Florida, la exposición de los nietos de Uribe en críticas, la revictimización a Rodolfo Hernández por el asesinato de su hija, y por supuesto, cualquier denigración del debate que recurra a los estereotipos. También hay que mencionar el rol de algunos periodistas que, aunque críticos del gobierno, alzaron la voz contra esta agresión como Catalina Suárez. Su gesto no es contradictorio, más bien muestra de genuina consistencia.