Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor de la Universidad del Rosario
@mauricio181212
El 18 de noviembre, en la víspera de la elección argentina en primera vuelta, Iván Marulanda de la Alianza Verde para 2022 trinó “Ojalá gane Milei”. Se trató del punto de llegada de una ofensiva mediática en la que parte del periodismo colombiano hizo eco de las teorías catastrofistas sobre un eventual gobierno de Sergio Massa, quien había sido ministro de economía de Alberto Fernández. Cuando se anunció que Massa había obtenido la mayor votación en primera vuelta, la periodista Vanessa de la Torre expresó “Entonces, el ministro de economía que tiene quebrada la economía del otrora país más rico de América Latina, ex G8, el que fue la despensa del mundo, la esperanza de millones que atravesaron el mundo para vivir mejor en el cono sur, la GRAN Argentina, va ganando las elecciones.”
El comentario a todas luces comprensible, pues Massa representaba un continuismo argentino en crisis, desnudó la manera en que parte del orden mediático se centró solamente en los riesgos de la continuidad del peronismo, pero extrañamente poco reparó en el evidente ánimo autoritario de Milei. Al igual que con Rodolfo Hernández, con el hoy libertario presidente hubo condescendencia para mostrarlo como excéntrico y no como un convencido del recorte de libertades. Desde su entrada en política, Milei se ha caracterizado por afirmaciones incompatibles con la democracia que algunos periodistas redujeron a la extravagancia, pero eran en verdad parte de un discurso abiertamente anti-derechos humanos. Políticos de derecha en Colombia, en el afán de no hacer ninguna concesión al kirchnerismo, optaron por hablar elogiosamente de un candidato incapaz de rechazar el comercio de órganos, la venta de bebés e hizo de los insultos a la izquierda, el ADN de su campaña hacia la Casa Rosada. Todos los candidatos, al margen de su posición política, suelen recordar que gobernaran para todos, buscarán los consensos y respetaran las diferencias, Milei no. Mientras la prensa lo tildaba de anti-establecimiento, en realidad desnudaba su vocación autócrata gritando a los cuatro vientos “zurdos de mierda”, vaticinio del desastre y la persecución que hoy sufren maestros, sindicalistas y comunicadores, entre otros, blancos del verbo encendido del dirigente.
Javier Milei ha llevado a cabo el recorte de derechos sociales más importante en la historia argentina desde reestablecida la democracia en 1983. Es de no creer que en el país del Grito de Córdoba (uno de los movimientos estudiantiles más importantes para la universalización de la educación en 1918) el presidente pueda darse el lujo de decir que “la educación pública es un mecanismo de lavado de cerebros”. 80% de la población universitaria argentina se educa en el sistema público, la afirmación es una declaración de guerra a la justicia social que Milei ha calificado de “aberración”.
En un país sometido a la tal vez dictadura más brutal en América Latina (30 mil desaparecidos) ha propuesto una norma que pena hasta con seis años de cárcel a quienes manifiesten. Acabar con la movilización social en una sociedad que tuvo que soportar los peores vejámenes del totalitarismo militar no sólo es inviable, sino revictimizante. Inconcebible en el país que llevó a la cárcel a Videla. Y siguiendo la moda autoritaria de las derechas, Patricia Bullrich aliada incondicional del mandatario, propone seguir el ejemplo de Bukele a quien reconoce como referente, importa poco la reelección a expensas de la constitución y las comprobadas violaciones a los derechos humanos.
Pero el apetito autoritario de Milei no se agota en estas leyes, que atentan contra los mínimos liberales y conquistas sociales históricas, sino que se expresan en intimidaciones a los gobernadores y entidades subnacionales cuyo mandato popular el hoy presidente argentino no está en disposición de respetar o siquiera reconocer (¡para colmo de males en un Estado federal!). El periodista Leandro Renou del Diario Página 12, reveló que tres empresarios que se encontraban en una reunión con gobernadores le habrían confirmado que Milei los increpó diciendo “¿quiénes se creen que son? Si siguen jodiendo, les cierro el Congreso”. La motosierra, símbolo de recortes al Estado tiene como próximo objetivo el aparato legislativo.
En la visita a un colegio (en el que estudió Milei) se volvió a referir en términos despectivos a los militantes o simpatizantes de la izquierda como “zurditos”. Cuando uno de los alumnos que estaba detrás suyo se desplomó (seguramente por una descompensación) en vez de voltearse a indagar por su estado de salud, siguió la ofensiva verbal contra el progresismo en forma de chiste. Que el presidente de la nación que encarna la unidad nacional vaya a una escuela a reforzar estereotipos sobre determinadas corrientes ideológicas, constituye un atentado a la pluralidad. Increíble que pase en un centro destinado a la tolerancia, a la formación y al diálogo.
Extrañamente, quienes de manera desesperada exigen a Petro reaccionar contra los atentados a la democracia en Venezuela, guardan silencio sobre la tragedia autoritaria argentina. Periodistas, generadores de opinión y políticos de centro y de derecha, callan pues en el fondo simpatizan socarronamente.