Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor asociado de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario
Murió Nora Morales de Cortiñas, cabeza de las Madres de la Plaza de Mayo, quien no tuvo un segundo de paz buscando a su hijo Gustavo, secuestrado y dado por desaparecido en la época de la abominable dictadura militar que gobernó Argentina entre 1976 y 1983. Dejó este mundo sin conocer la suerte de su hijo y con un país en manos de un presidente que insólita y socarronamente justifica las torturas, ejecuciones y desapariciones con la delirante y revisionista teorías de los “dos demonios” o como rezarían los códigos totalitarios de la derecha colombiana, la tesis del “no estaban recogiendo café”.
La lucha de las mujeres de la Plaza de Mayo está más vigente, en la medida en que en esa Argentina post transición, la memoria se ha vuelto un campo más de la lucha política y los consensos que se pensaban protegidos o al margen de las diferencias ideológicas empiezan a ser puestos en tela de juicio. Se mancilla la honra de las víctimas generando más dolor a quienes no claudican en su búsqueda. A la fecha han sido hallados más de 130 niños que fueron raptados durante la época dictatorial para ser entregados en adopción. La mecánica aterradora consistía en presumir que eran hijos de “guerrilleros, facinerosos y montoneros” por tanto, debían ser secuestrados y entregados a familias pudientes. El primer largometraje latinoamericano en obtener un premio Óscar a película en lengua no inglesa fue precisamente “Historia oficial” de Luis Boenzo y Aída Portnik, estrenada en 1985, cuyo rodaje empezó en plena dictadura. El film retrata el drama de los raptos de menores, una herida que se ha extendido a lo largo de la historia argentina post transición y no ha dejado de provocar dolor. Esas abuelas no renuncian a encontrar a sus nietos.
En 2022 había muerto Hebe de Bonafini también lideresa de las Madres de Mayo. En medio de homenajes estrechos para lo que fue su lucha en vida para que se impartiera justicia y los responsables de semejantes torturas no salieran indemnes. La actual vicepresidenta argentina, Victoria Villarruel, en la misma línea argumentativa del actual mandatario y en clara simpatía con los verdugos de la dictadura, llegó a decir en 2020 que “no le constaba” que Hebe de Bonafini o Estela de Carloto (cabeza de las Abuelas de Mayo) hubiesen sido víctimas de la dictadura. Incluso a Carloto la tildó de “personaje siniestro”. Ninguna de estas posturas asumidas por quienes hoy gobiernan la Argentina son anodinas, reflejan el odio visceral de la extrema derecha a nivel mundial en contra de los derechos humanos, en el que la disputa por la memoria es clave. Hoy Italia tiene como primera ministra a Georgia Meloni, quien hace no mucho tiempo tuvo la osadía de elogiar a Benito Mussolini, en Alemania Maximilian Krah miembro del partido Alternativa para Alemania de extrema derecha afirmó que “no consideraba a todos los miembros de la SS como criminales”. La Shutzstaffel o SS fue el escuadrón responsable no sólo de proteger a la dirigencia nacionalsocialista (nazi) sino de llevar a cabo el genocidio contra el pueblo judío en la Segunda Guerra. Y América Latina que se pensaba al margen de ese revisionismo facho, resultó tierra fértil. Jair Bolsonaro catalogó como “héroe nacional” a Carlos Brilhante Ustra, uno de los mayores torturadores en la dictadura militar brasileña y responsable del centro de detención donde estuvo la expresidenta Dilma Rousseff en su época de militancia contra el totalitarismo brasileño.
La partida de Nora Morales de Cortiñas nos recuerda la necesidad de no bajar los brazos por la justicia de las personas ejecutadas, torturadas, secuestradas o dadas por desaparecidas. Las teorías delirantes que le restan gravedad a esas lacerantes prácticas revictimizan e incluso auguran en determinados casos su reaparición. No, no nos robarán la memoria, la lucha de Nora, Hebe y Estela no ha sido, ni será en vano.